El arte de vivir: Amparo Torróntegui, la maestra que se negó a ser invisible
A sus 68 años, Amparo Torróntegui transforma su jubilación en una etapa de arte, aprendizaje y vida plena, demostrando que nunca es tarde para empezar de nuevo


A sus 68 años, Amparo Torróntegui no solo sigue activa: florece. Desde su hogar en la colonia Salvador Alvarado, en Culiacán, esta maestra jubilada transforma cada día en una oportunidad para crear, aprender y compartir.
Su historia pudo ser la de muchas mujeres invisibilizadas por la rutina, la edad y los silencios del hogar, pero no, ella decidió dar un golpe de color sobre el lienzo de la vida y reivindicar su derecho a seguir soñando.

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Jubilada desde 2007 tras una caída que le causó una lesión en la columna, Amparo encontró en el arte su medicina, su consuelo y su bandera. “Yo no uso reloj. A mí no me limita el tiempo”, dice con firmeza. “Soy dueña de mi tiempo, y eso lo agradezco todos los días”.
En el Centro de Desarrollo Integral No.1 “Margarita Maza de Juárez” —conocido por muchos como DIF Palmito—, es ya una presencia entrañable. No ostenta ningún cargo, pero contagia alegría, energía y empatía a quien cruza palabra con ella.
A veces llega cargando sus pinturas, otras con pasteles o piezas tejidas, y siempre con una sonrisa. Es, como ella misma se define, simplemente “una mujer feliz que hace lo que le gusta”.
El arte como refugio
Amparo recuerda que desde niña descubrió habilidades manuales, pero la vida la empujó por caminos de obligación antes que de vocación. “Tengo que estudiar, trabajar, ser ama de casa, madre de familia… Y eso te va apartando de lo que verdaderamente te llena”. Fue hasta la jubilación que pudo reencontrarse con esas pasiones postergadas.
Una de las primeras puertas que se abrieron fue la del programa “Aprovechemos los espacios públicos”, impulsado por el gobierno municipal en 2007. Ahí, pincel en mano y debajo del puente de Forum, nació su relación formal con la pintura. “Ahí sentí que el pincel era parte de mí”, recuerda.
Poco después, participó en murales colectivos en el viejo Parque Constitución. Aunque las obras fueron demolidas tras una remodelación, la experiencia permanece como una chispa transformadora. “Para ser principiantes estaban preciosos”, afirma.
Agradece a su maestra, Marta Romero, por ayudarla a plasmar en color lo que antes solo vivía en su mente. También agradece a Elizabeth Montoya, directora del Adulto Mayor e Integración Social del DIF Sinaloa, por su apoyo al Centro de Desarrollo Integral No.1 de El Palmito.

Más que pintar: moldear la vida
Pero lo de Amparo no es solo la pintura. También borda, cose, teje, esculpe y, como buena sinaloense, cocina. “Lo que más me gusta es trabajar con las manos”, asegura.
Su predilección va hacia las texturas manipulables como la pasta flexible o el barro, aunque este último le causa estragos en la piel por su condición tiroidea.
Pese a las limitaciones físicas, no se detiene. Todo lo que hace lo realiza con dedicación casi obsesiva. “Si no me gusta cómo queda, lo deshago y lo vuelvo a hacer. No me importan los ojos de los demás. Me tiene que gustar a mí”.
Y no solo hace para ella. Muchas de sus creaciones las ha vendido como recuerdos de bodas, quinceañeras o primeras comuniones. Aunque ahora, afirma, prefiere crear por gusto más que por encargo.
Aprender para no desaparecer
Quizás el acto más revolucionario de Amparo sea su empeño por seguir aprendiendo. Actualmente, cursa por segunda vez un taller de computación en el DIF Palmito. ¿La razón? “Después de tantos años enseñando a leer y escribir, me di cuenta de que era una analfabeta digital”.
Más allá de la anécdota, su decisión toca una fibra sensible en muchas personas mayores: la necesidad de seguir vigentes en un mundo que avanza sin mirar atrás.
“Ya no nos ven. Solo notan que estamos cuando algo no está hecho. Nos volvemos invisibles. Pero si tú estás al día, si sabes de lo que hablan tus hijos o tus nietos, nunca vas a ser invisible”.
Para quienes sienten que ya es tarde, que su tiempo pasó, tiene un consejo claro y sin adornos: “Busquen dentro de ustedes qué quisieron hacer y no pudieron. Y háganlo. Si quieren cantar, canten, aunque lo hagan feo. Si quieren bailar, bailen. La vida es una sola. No hay tiempo que perder”.

El sabor de los recuerdos
El pasado mes de mayo, Amparo participó en el concurso gastronómico “Sabores del recuerdo”, organizado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Se inscribió sola, representando a todos los DIF del estado.
Preparó un “pozolillo verde”, una receta familiar que conquistó todos los paladares. “Vendí todo. Se acabó todo. Cuando algo gusta, la gente lo busca”.
Y no se quedó ahí. Llevó su platillo al DIF Palmito para compartir con sus compañeros de computación y con el personal que —según afirma— “los trata de maravilla”.
Así celebraron juntos el Día del Estudiante, en una escena que retrata a la perfección el espíritu generoso y entusiasta de esta mujer que nunca ha dejado de enseñar, aun sin pizarrón.
“Soy feliz”
Así resume su vida Amparo Torróntegui: con gratitud, entusiasmo y alegría. No necesita que la llamen artista, aunque para muchos lo sea. No necesita títulos, ni aplausos, ni reconocimientos. Le basta con saber que hace lo que le gusta, con sus propias manos, en sus propios términos.
"Yo hago lo que puedo, hasta donde mis manos alcancen. Y con eso, soy feliz".
Porque al final, lo importante no es tanto lo que se crea, sino la pasión con la que se vive. Y Amparo, sin duda, vive con arte.