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Profesor Martín Inocente Cebreros: una historia de vocación y servicio en la Secundaria ETI 90

Conoce cómo el profesor Martín Inocente ayudó a transformar la Secundaria ETI 90 desde cero en Culiacán, demostrando que la constancia y la cercanía son claves para una educación física que promueve la inclusión

9 diciembre, 2025
El profesor Martín Inocente Cebreros suma 20 años dando clases de Educación Física en la ETI 90 de Culiacán. De salones improvisados a una escuela incluyente, el profe demuestra que enseñar es acompañar. | Imágenes de Francisco Castro
El profesor Martín Inocente Cebreros suma 20 años dando clases de Educación Física en la ETI 90 de Culiacán. De salones improvisados a una escuela incluyente, el profe demuestra que enseñar es acompañar. | Imágenes de Francisco Castro

El profesor Martín Inocente Cebreros Zamora tiene más de dos décadas dando clases de Educación Física en la Escuela Secundaria Técnica No. 90, en Santa Fe, una escuela que, como él, empezó prácticamente desde cero.

Antes de llegar a este plantel ubicado al norte de Culiacán, su camino fue todo menos cómodo. Recién egresado, trabajó un año en la sierra, en San José del Llano, una experiencia marcada por trayectos complicados, raites incompletos y jornadas compartidas con otro empleo. 

Al profe Martín Inocente Cebreros le satisface encontrarse con exalumnos que eligieron estudiar Educación Física. “Algo vieron en su maestro”, dice, con orgullo sereno.
Al profe Martín Inocente Cebreros le satisface encontrarse con exalumnos que eligieron estudiar Educación Física. “Algo vieron en su maestro”, dice, con orgullo sereno.
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Aun así, el profe Martín guarda ese periodo con especial cariño: recuerda la calidez de la gente, la solidaridad del rancho y el trato cercano de las familias que, sin mucho, ofrecían todo.

Esa etapa, dice, le confirmó que enseñar también es acompañar.


Una escuela que creció al mismo paso que su maestro

El comienzo en la Secundaria Técnica No. 90 fue humilde. No había aulas ni canchas; solo un pequeño grupo de alumnos y la voluntad de hacer que la escuela funcionara.

Al inicio, las clases se impartían en un salón prestado de una primaria cercana; después, en improvisados tejabanes de lámina.


La educación física se daba en áreas verdes irregulares, entre piedras, polvo y desniveles. La “cancha” era un cerro con barranco incluido: si el balón caía ahí, nadie quería ir por él, recuerda el profe para Tus Buenas Noticias.

Con el tiempo, el plantel se trasladó a su ubicación actual y fue creciendo al ritmo del fraccionamiento. Más alumnos, más grupos, más responsabilidades. Para el profe Inocente, ese crecimiento significó también ampliar su carga horaria y reafirmar su compromiso. 

A la primera generación —apenas unos 30 estudiantes— la recuerda con especial afecto: “Los tratábamos casi como a nuestros hijos”, dice. El trato era cercano, personalizado y cargado de cuidado.


Hoy, la escuela es una de las más numerosas de la zona y también una institución incluyente. Atender a alumnos con discapacidad ha representado un reto constante, pero también algunas de las experiencias más significativas de su trayectoria.

Enseñar con el cuerpo, medir con el corazón

Entre esos recuerdos está Carlitos, un alumno con síndrome de Down que terminó formando parte de la escolta escolar. “Donde yo estaba, ahí estaba él”, recuerda el maestro. Ajustó planes, abrió espacios y lo integró plenamente, incluso en concursos.

Para él, la educación física no es solo movimiento: es pertenencia, confianza y autoestima.


No todo ha sido sencillo. El trato cotidiano con estudiantes y familias requiere hoy más cuidado que nunca. Aprendió a medir palabras, a invitar sin imponer y a entender que cada alumno es distinto.

A eso se suman los retos externos, como los traslados diarios en contextos de inseguridad, que obligan a informarse antes de salir de casa.

Aun así, el profe Inocente no duda cuando habla de satisfacción. Se le ilumina la voz al encontrarse con exalumnos que eligieron estudiar Educación Física. “Algo vieron en su maestro”, dice, con orgullo sereno.

Con más de 20 años de servicio, cuatro hijos y una vocación que no se desgasta, Martín Inocente Cebreros Zamora demuestra que una escuela no solo se construye con aulas: también se levanta con constancia, cercanía y maestros que deciden quedarse.




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