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Leocadio Reyes: el panadero de la Díaz Ordaz que volvió a casa para empezar de nuevo

Leocadio "El Cayo" Reyes probó suerte en la frontera, pero el destino lo trajo de vuelta a Culiacán para hornear el pan que es orgullo y sabor de la colonia Díaz Ordaz

24 noviembre, 2025
Cuando el horno enciende cada mañana, Leocadio siente que todo valió la pena: “No busco hacer mucho dinero, busco hacer buen pan y servir bien a mi gente. Aquí crecí, aquí me quedo”. | Imágenes de Francisco Castro
Cuando el horno enciende cada mañana, Leocadio siente que todo valió la pena: “No busco hacer mucho dinero, busco hacer buen pan y servir bien a mi gente. Aquí crecí, aquí me quedo”. | Imágenes de Francisco Castro

A Leocadio Reyes Caro todos en la colonia Díaz Ordaz lo conocen simplemente como “El Cayo”. Su nombre se pronuncia con respeto y con el mismo afecto con el que los vecinos disfrutan cada mañana el aroma a pan recién horneado que sale de su casa-taller. 

Lo mismo hornea pan de concha, coricos, cochitos, galletas y empanadas de cajeta, sabores que, más que un negocio, son el resultado de una vida que dio muchas vueltas antes de asentarse en el calor de su barrio al sur de Culiacán.

Leocadio Reyes, a veces, invita a niños del barrio a ayudarle a vender pan “para que aprendan a ganarse su pesito”, así como él aprendió de su padre el valor del trabajo.
Leocadio Reyes, a veces, invita a niños del barrio a ayudarle a vender pan “para que aprendan a ganarse su pesito”, así como él aprendió de su padre el valor del trabajo.
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“Desde los siete años me metieron a vender pan con mi papá -Don Julio-. No me gustaba. Nos decía: ‘El que no venda, no duerme’”, recuerda entre risas para Tus Buenas Noticias.


Aquellas caminatas por las calles de tierra, con una canasta al hombro y el sol encima, fueron su primer contacto con el oficio familiar. Pero, como muchos jóvenes, soñó con algo distinto. “Yo no quería saber nada de panaderías. Veía tanto trabajo y tan poco dinero, que me enfadé”, confiesa. 

Su breve estancia en la frontera y sus andanzas como “coyote”

El destino, sin embargo, tenía otros planes. En busca de mejores oportunidades, partió al norte del país, incluso estuvo brevemente en la Unión Americana, pero terminó en Mexicali. Allá, la vida lo llevó por caminos difíciles. 

“Me metí de coyote, ganaba bien, pero casi pierdo la vida en el desierto. Varios compañeros murieron o acabaron en la cárcel. Me quedé sin nada, juntando botes en la calle”, cuenta con serenidad. Fue en esos días de escasez cuando volvió a encontrar un horno y, con él, un propósito.


El regreso de “El Cayo” a la panadería

Un día, caminando por las calurosas calles de Mexicali, Leocadio se reencontró con el oficio. “Me acordé de que era panadero y entré a una panadería. Les dije que sabía hacerlo todo, y así fue. Ahí me volvió a gustar el oficio”, dice. 

Entre el calor infernal de Mexicali y el olor a masa fermentando, Cayo redescubrió su vocación. Ocho meses después, regresó a Culiacán con su familia y un objetivo: volver a empezar.

Tras años de trabajo en distintas panaderías —incluida la Bodega Aurrerá, donde perfeccionó técnicas de fermentación y horneado—, decidió abrir su propio taller en la Díaz Ordaz.

“Empezamos con lo mínimo: una batidora prestada y unas charolas. Hacíamos cincuenta panes al día y los ofrecíamos en tienditas. A veces no vendíamos nada, pero no me rendí”, recuerda.


Un negocio en forma en la Díaz Ordaz

Hoy, junto a su esposa Bertha Urrea, produce y distribuye pan y galletas en varias tiendas locales. Su jornada comienza a las tres de la mañana, horneando el pan que entregará al día siguiente. 

“Somos dos nada más: horneamos, empacamos y entregamos. Y si un cliente me llama de noche, le llevo pan. Eso es lo que nos ha mantenido: no fallar”, dice con orgullo.


El Cayo sabe que las temporadas difíciles —como el calor de abril a agosto, cuando baja la venta— ponen a prueba su paciencia, pero también su fe en el trabajo. “He estado a punto de cerrar, pero me da pena dejar a mis clientes sin pan. Ellos confían en mí”, admite.

Más que un oficio, la panadería se ha convertido en su forma de vida y de enseñanza. Su olor a pan caliente y buen sabor invade la colonia, en cada entrega está haciendo comunidad.




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