Raúl pone a pensar a todos con sus “rompe cocos”

Raúl Delgado Espinoza es un hombre dedicado. Desde joven, siguió el consejo de sus padres.

Nacido en la colonia “La Redonda”, en el viejo Culiacán. Creció en una casita de madera, sentada sobre un montículo de tierra, y junto a una gran palmera. El sonido del ferrocarril le era muy familiar.

Ahí permaneció hasta que, a su madre, tuvieron que desalojarla. Su casita estaba justo en el lugar donde hoy está el imponente Palacio de Gobierno.

Raúl, junto con sus cuatro hermanos fueron educados de la mejor manera que se podía, o hasta donde los pesos se los permitían. Sin embargo, nunca les faltó un plato de comida y eso sí, la escuela era lo primero.

Al terminar su educación básica, decidió seguir su preparación académica.

“Entré al Tec de Culiacán y estudié refrigeración y electricidad, pero de ahí me fui al Politécnico a la Ciudad de México para estudiar Ingeniería Aeronáutica”, recuerda entre su historia de vida.

Raúl, era un joven muy dedicado. Su aventura como estudiante del Politécnico no duró mucho tiempo. Un estado de salud delicado, lo obligó a volver a su casa.

En Culiacán no podía perder la oportunidad de seguir preparándose y entró a estudiar la carrera de Físico Matemático, ese sueño lo puso en pausa, porque algo mejor llegó a su vida. Se convirtió en papá.

Con la responsabilidad a cuestas, Raúl empezó a trabajar en una empresa en donde aprendió el oficio de electricista. Ahí, uno de sus ayudantes lo enseñó a armar animalitos de alambre, que después, al quedarse desempleado, fueron utilizados para el sustento familiar.

“Cuando me quedé sin trabajo, le digo a mi esposa, ¿y ahora qué hago?, solo se me ocurrió ir al Centro a la casa grande y empezar a vender mis animalitos de alambre trenzado”, esa fue su única salida.

Al estar ahí, parado sobre la Obregón esperando la venta del día, Raúl encontró una nueva forma de vida.

“Estaba ahí con mi venta y llegó un niño. Me mostró una figurita de alambre que había comprado en la escuela y le di dinero para que me comprara uno para mí y otro para él, a los días volvió con seis rompe cocos y yo empecé a hacerlos”. Ahí, Raúl dejó de tejer sus animalitos de alambre de cobre y cambió de oficio.

Una curiosidad, lo ayudó a dar un paso más allá y utilizar la lógica y las matemáticas que había aprendido.

Con alambre inoxidable, aluminio, bronce y unas pinzas de electricista calibre no.9 Raúl hace sus figuras de acertijo. Inició con seis, hoy, hace más de 150 figuras diferentes de diversos niveles en los que se utilizan hasta 250 movimientos.

Así, utilizando el hilo conductor de su vida, lleva más de 348 meses con ese oficio. Con la venta de estos acertijos o “rompe cocos”, a sus 58 años Raúl se mantiene en pie.

A pesar de las dificultades que la vida le han presentado, ha sabido sortearlas y hoy es un hombre productivo.

Hace a penas unos meses, Raúl recibió una noticia devastadora. Un terrible accidente que implicaba la muerte de uno de sus amigos, hizo que los niveles de glucosa en la sangre se dispararan, derivando entre otros problemas la amputación del dedo pulgar de uno de sus pies.

Sin poder trabajar, nuevamente Raúl recurrió a sus acertijos. Hace a penas dos meses que ha vuelto a la elaboración de los acertijos.

“Todo empezó con una curiosidad y aquí sigo intentándolo cada día. Lo que me llevó a decidirme es que esta enfermedad que padezco amerita mucho gasto, y tengo que hacerlo para poder salir adelante. No quiero ser una carga para mi familia”, asegura Raúl.

Ahora, decidido a salir adelante, pone la venta de sus acertijos en el Parque Las Riberas. Raúl es un ejemplo de perseverancia, así, con una muleta de apoyo, sale de su casa en Alturas del Sur, en busca del sustento.

Lleva a cuestas todos sus acertijos. Esos que le han devuelto el ánimo para seguir luchando. Con alambres resolvió el acertijo de la vida para ganarse el sustento.