Doña Conchita, sobreviviente de cáncer y artesana de piñatas desde hace 20 años en Culiacán
Sobreviviente de cáncer de mama, doña Concepción Gámez Cerna lleva más de 2 décadas elaborando coloridas piñatas en Infonavit Humaya, donde ha convertido la artesanía en sustento, terapia y legado familiar


En un cálido hogar del Infonavit Humaya, donde el papel de colores nunca duerme, Concepción Gámez Cerna —doña Conchita— arma piñatas con la serenidad de quien sabe que cada capa tiene sentido. No es solo cartón, engrudo y papel china: es tiempo bien puesto, manos constantes y una historia que aprendió a mirar de frente.
Doña Concepción, dueña de Piñatas Conchita, tiene 68 años, y lleva más de dos décadas dándole forma a un oficio que, en el momento más difícil de su vida, fue refugio y terapia.

Ubicación de Piñatas Conchita:
- Bulevar Enrique Félix Castro, esquina con República Dominicana
- Vivienda No. 3198
- Colonia: Infonavit Humaya
¿Cómo nace Piñatas Conchita en el Humaya?
Concepción Gámez comenzó en este mundo trabajando con una amiga experta que, además de vender, sabía enseñar. “Las manualidades ya se me daban”, dice con naturalidad para Tus Buenas Noticias.
En ese momento, criaba a tres hijos —entonces en primaria y secundaria— y las actividades creativas eran parte de la vida diaria. Cuando la clientela creció y el trabajo ya no alcanzaba, tomó una decisión simple y valiente: independizarse, con apoyo mutuo y ganas de aprender.
El diagnóstico de cáncer: “un balde de agua fría”
Pero la vida de doña Conchita dio un giro hace 25 años. El diagnóstico de cáncer de mama le cayó como balde de agua fría. El golpe no fue solo físico:
“No me estaba matando la enfermedad; me estaba matando la depresión”, admite.
Hubo un momento de rendición, de negarse al tratamiento, pero apareció la familia como salvavidas. Su hija, Karla Janeth Valdez Gámez, la animó a luchar “hasta el final”.
Luchar fue un proceso largo: cinco años de tratamientos, paciencia y constancia. Hoy, con revisiones anuales y buena salud, doña Conchita se considera una sobreviviente, una vencedora del cáncer de mama.
En medio de esa travesía, aprender a hacer piñatas fue decisivo. No era evasión; era enfoque. “No pensaba, estaba creando”, cuenta. Crear piñatas la mantenía ocupada, con la mente trabajando a favor.
Con el tiempo, lo que nació como terapia se volvió sustento, y lo que comenzó como sustento se transformó en identidad comunitaria. En su cuadra, su trabajo es referencia.
La época decembrina acelera la creación de piñatas
El taller funciona todo el año, con picos claros: diciembre y abril. El método no cambia: preparación con tiempo, primero las bolas, luego los conos, después el armado. El cuerpo agradece y el resultado se nota.
La temporada navideña manda con la piñata tradicional de conos en forma de estrella, Santas y renos; el resto del calendario se rinde a los personajes. El Hombre Araña y las princesas nunca pasan de moda. Aunque este año, la novedad han sido las guerreras K-pop.
“A veces ni los conocemos”, suelta entre risas, “pero nos metemos al internet o el cliente manda la foto y listo”. Artesanía y tradición que se adapta a las necesidades y nuevas modas.
Creaciones para todos los gustos
No todas las piñatas son infantiles. Hay pedidos para adultos —pelotas de béisbol, incluso botes de cerveza— y encargos especiales para despedidas de soltera. La regla es clara: escuchar, diseñar y cumplir. Algunas piezas no se exhiben, pero se hacen con la misma dedicación. Aquí no hay prejuicios; hay oficio.
El negocio es familiar. Su esposo apoya, una nuera y su hija aprendieron el proceso, y los nietos se suman cuando el ritmo aprieta. Diciembre es un trabajo en equipo.
“Todos participamos”, dice con orgullo. A los 68, la palabra terapia ya no aplica como antes, pero la utilidad sí: sentirse productiva, acompañada y activa es parte del bienestar.
Ese espíritu se extiende fuera de casa. Doña Conchita ha recibido jóvenes enviados por programas de capacitación y apoyo social —esos que combinan aprendizaje con un incentivo, Jóvenes Construyendo el Futuro— para enseñarles el oficio. Comparte lo que sabe sin guardarse secretos.
El sector Humaya, su hogar desde hace medio siglo
Concepción Gámez Cerna vive en Infonavit Humaya desde hace 50 años. El barrio la conoce, la busca y la recomienda. No presume, cumple. La preferencia llegó rápido, cuenta, porque aprendió de una buena maestra y mantuvo estándares claros: calidad en el trabajo y buen trato.
Cuando se le pregunta por un consejo para otras mujeres que atraviesan un diagnóstico similar al que ella superó, no duda: fe, fortaleza y familia.
“Aferrarse a la vida y a la familia”.
No endulza el proceso; lo nombra y lo comparte con honestidad. Tal vez por eso su historia despierta admiración y respeto. No promete milagros, promete constancia.
Hoy, entre conos alineados y papeles de color vibrante, doña Conchita mira hacia adelante. Sabe que seguirán llegando personajes “raros” de videojuegos, modas que cambian de mes a mes y temporadas que exigen ritmo. Pero ella responde con humor: si existe, se hace.
Así, pieza a pieza, Concepción demuestra que un oficio puede ser terapia, trabajo y legado. Y que, cuando la vida aprieta, crear también es una forma muy sería de resistir.


















