“El Tata”, trovador de la vida. A sus 76 años, Ezequiel Barragán canta en el tianguis de Villa Juárez para vivir
Con su guitarra vieja y canciones de antaño, “El Tata”, canta en el tianguis manteniendo viva la memoria de un México rural y entrañable.

Bajo el ardiente sol del mediodía y entre el bullicio de vendedores, compradores y el olor a tacos recién hechos, resuena la voz rasposa pero firme de Ezequiel Barragán García, mejor conocido como "El Tata", un trovador michoacano que a sus 76 años se gana la vida cantando viejas canciones en los pasillos del tianguis de Villa Juárez.
En medio del bullicio dominical, entre los corredores de fondas, puestos de ropa, herramientas y frutas frescas, se escucha la voz de un hombre que canta sin escenario, pero con alma. Ha encontrado en el tianguis de Villa Juárez su mejor plaza para ganarse la vida.
Con su guitarra desgastada, un bastón decorado con los colores de la bandera nacional y un sombrero con escudo nacional como en la época postrevolucionaria, El Tata es fácilmente identificable.
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A su alrededor, decenas de personas hacen una pausa en sus compras para escuchar canciones viejitas como “Caminos de Michoacán” o “No vale nada la vida” y otra reciente: “El Patas Chuecas”. “No me sé ninguna nueva”, confiesa entre risas.
Una vida marcada por la historia y el trabajo
Originario de Jiquilpan, Michoacán, recuerda su tierra natal como “un pueblito de apenas mil habitantes”. Comenta que su padre fue guerrillero cristero, y de aquellos años quedaron en su hogar paterno algunas armas: un rifle 30-30, un .22 de varilla y una pistola 38 especial de 1911.
Después de cumplir tres años en el servicio militar en Michoacán, migró a los 21 años a la sindicatura de Costa Rica, en Culiacán. Primero trabajó como cortador de caña, luego fue ascendiendo hasta convertirse en contratista de jornaleros.
Cuando cerró el ingenio de Costa Rica en 1997, buscó otros oficios: fue parte del equipo de seguridad de la sindicatura y, finalmente siguió como cantante callejero.
Vive en una pequeña casa que él mismo construyó junto a las vías del tren, en terrenos federales.
“Ahí me quedé. Esa casita es para mis hijos”, cuenta con orgullo.
El canto como último oficio… y como herencia
El canto llegó como una necesidad, pero también como una forma de resistencia. Afirma que siempre fue parrandero, pero nunca cantante y menos músico. Ahora canta y toca la guitarra.
“Pues saco para las tortillas y la comidita. A veces me va bien, hasta billetes me dan, o me invitan a reuniones para cantarles, ahí ya me dan más”, dice mientras descansa sobre un camellón.
Pese a las dificultades físicas —le cuesta caminar y sus piernas ya no responden como antes—, El Tata conserva el humor haciendo de la canción de “El Patas Chuecas”, su canción emblemática. “Esa está buena para mí y para ti”, bromea mientras rasguea su guitarra y entona una estrofa con picardía:
… aay maldita juventud te fuiste sin darme cuenta, de la noche a la mañana he llegado a los 70, y se me hace muy difícil para llegar a los 80. Antes andaba a caballo, andaba en mi bicicleta. Ahora no puedo subirme, ni siquiera a las banquetas. Tengo las patas torcidas que hasta parecen orquetas…
Por unos meses dejó de asistir al tianguis, ante los brotes de violencia. “No venía porque mataban gratis aquí”, dice con la risa fácil de quien ha visto mucho, pero no se quiebra.
Un personaje entrañable del tianguis
“El Tata” ya es parte del alma del tianguis. Su presencia alegra los pasillos y fondas, donde además aprovecha para echarse unos tacos antes de que termine la jornada.
Cuando el sol empieza a golpear duro, guarda su guitarra, sacude el sombrero y se retira despacio, sabiendo que, al menos ese día, la vida le volvió a regalar algunas monedas y muchas sonrisas.
A sus 76 años, Ezequiel Barragán no solo canta: resiste, recuerda y honra con su voz la memoria de un México que aún vive en sus versos.
…Les traje nopales, quelites y gordas, y yo ya sin fuerzas me puse a llorar…
Así pasa sus días “El Tata”: trovador con reumas y símbolo viviente de una época que se niega a desaparecer. Con cada acorde y cada letra, convierte el tianguis de Villa Juárez en su escenario, y la calle, en su modo de vida.