Maestra de corazón: Iris Atienzo convierte su casa en escuelita para transformar vidas en Culiacán

Con vocación y compromiso, Iris Aleida Atienzo da clases en su propia casa en el fraccionamiento Los Ángeles, apoyando a niñas y niños para que no abandonen sus estudios

Por: Francisco Castro

Hace veinte años, cuando Iris Aleida Atienzo Armenta llegó al fraccionamiento Los Ángeles, en Culiacán, jamás imaginó que su casa se convertiría en un pequeño faro de aprendizaje para decenas de niños de Culiacán. 

El compromiso de Iris ha hecho que su nombre se corra de boca en boca, convirtiéndola en un referente en el fraccionamiento Los Ángeles.

Una vocación que nació  en la infancia

El amor de Iris por la enseñanza no surgió de la nada. Creció en Hornillos, El Fuerte, y desde niña jugaba a ser maestra con sus muñecas y sus amigas. Más tarde, cuando inició estudios en comunicación, se dio cuenta de que su verdadera vocación estaba en la docencia.

Con apenas 18 años, decidió mudarse a Culiacán para estudiar en la Normal de Especialización. “Llegué con 80 pesos en la bolsa y sin permiso de mi mamá”, recuerda riendo. “Fue un acto de audacia, pero yo sabía que era lo que quería hacer con mi vida”.

Hoy, a sus 50 años, esta licenciada en Educación Especial ha transformado su sala, su patio y parte de su vida en un espacio dedicado a regularizar y acompañar a niñas y niños que necesitan apoyo académico y emocional para salir adelante.

“Me retiré de las aulas para dedicarme a educar a mis propios hijos, y fue la mejor decisión de mi vida”, recuerda Iris. “Hoy mis cinco hijos son profesionistas: dos contadores, una licenciada en administración, una futura fisioterapeuta y un joven que se prepara para ser piloto aviador”, comparte para Tus Buenas Noticias.

La casa de Iris se convirtió en aula

Pero lo que empezó como un acto de amor hacia su propia familia, pronto se extendió hacia la comunidad. Sus vecinos la veían trabajar en casa con sus hijos y comenzaron a traerle a los suyos. 

Primero llegaron tres o cuatro niños, luego cinco o seis, y con el tiempo su casa se convirtió en un pequeño centro educativo donde el aprendizaje se respira en cada rincón.

De las aulas al hogar: una decisión de vida

Iris trabajó durante una década en instituciones como el Jardín de Niños Villa Infantil, el Colegio Guadalajara y la Casita del Saber. 

Después de casarse y con una familia en crecimiento, la falta de guarderías y el deseo de estar cerca de sus hijos la llevaron a tomar una decisión difícil: dejar las aulas y enseñar en casa, ubicada en calle La Sierra, no.3694.

“Mi esposo me dijo: o cuidas niños ajenos o ayudamos a los nuestros”, cuenta con una sonrisa. “Decidí quedarme. No ha sido sencillo, pero me permitió ver crecer a mis hijos y acompañarlos en su formación. Y ese mismo acompañamiento lo he querido brindar a otros niños”.

Su preparación académica en Educación Especial con énfasis en Atención de Deficiencias Mentales le dio las herramientas para ofrecer una enseñanza personalizada, sensible y efectiva. 

“Muchos niños necesitan un poco más de paciencia y atención individualizada para descubrir de lo que son capaces. Aquí lo encuentran”, asegura.

A quienes quieren dedicarse a la docencia, Iris recomienda: “Hay que tener amor y paciencia. Si un maestro no ama lo que hace, no va a disfrutarlo y no va a lograr un impacto real en sus alumnos”.

El boom en la pandemia

Aunque su labor en casa ya tenía más de una década, fue durante la pandemia de COVID-19 cuando su escuelita vivió su mayor crecimiento. Con las escuelas cerradas y las clases en línea, muchas familias buscaban apoyo para que sus hijos no se rezagaran.

“Llegamos a tener hasta 40 niños”, recuerda. “Fue tanto el trabajo que tuve que contratar a tres o cuatro jóvenes para ayudarme. Organizamos cuatro turnos diarios, de mañana y tarde, para atenderlos a todos”.

La pandemia también trajo nuevos retos: comprar mesas, sillas y material didáctico para poder trabajar en grupos pequeños y mantener la sana distancia.

“Era cansado, pero también muy gratificante. Muchas mamás me decían que no sabían leer o que no sabían cómo ayudar a sus hijos. Poder guiarlos y ver los avances de los niños fue un regalo”, dice Iris con emoción.

Educación con calidez

Hoy, su escuelita continúa activa. Atiende a niños desde preescolar hasta sexto de primaria, ayudándolos a leer, escribir, reforzar matemáticas y comprender mejor sus materias. Sus grupos son pequeños, de 12 a 13 niños por turno, para garantizar que cada uno reciba atención personalizada.

El costo es accesible: 350 pesos semanales por dos horas diarias de lunes a viernes. “Si lo comparas con el costo de una hora de educación especial en otros lugares, es muy económico. Pero para mí lo importante no es el dinero, sino ver que los niños avanzan”, explica.

Para Iris, lo más satisfactorio es ver el cambio en sus alumnos. “A veces en una semana ya se nota el avance. Muchos papás llegan desesperados porque sienten que sus hijos no aprenden, pero aquí encuentran un espacio donde no hay gritos ni castigos. Aquí se aprende con paciencia y con cariño”.

Un espacio que inspira

La casa de Iris es hoy un punto de encuentro para familias de Los Ángeles y de otros fraccionamientos cercanos que buscan apoyo educativo. “Me han traído niños de colonias lejanas, incluso llegan en Uber”, comenta.

Más que una escuelita, el espacio que ha creado es un lugar donde los niños recuperan la confianza en sí mismos y descubren que pueden aprender y superarse.

“Ver a un niño que llega desanimado y verlo salir sonriente porque entendió algo nuevo, es lo que me llena el corazón”, confiesa. La paz empieza desde la educación.