Irene tiene más de tres décadas repartiendo dulzura a los niños de Barrancos

Con raspados, chimichangas y postres caseros, doña Irene ha sido parte esencial de la historia de Barrancos II.

Por: Jacqueline Sánchez Osuna

Apenas cae la tarde y ya se empieza a escuchar en la calle: '¡Ya abrió doña Irene!' En Barrancos II, todos la conocen.

Desde hace más de tres décadas, Irene Arredondo Rodríguez ha endulzado la vida de los vecinos con sus postres, raspados y dulces. Pero su historia va mucho más allá del carrito de ventas.

Toda una vida en Barrancos

Irene Arredondo Rodríguez ha endulzado la vida de los vecinos con sus postres.

“Cuando llegamos aquí todo era nuevo… yo sacaba mis dulcecitos por las tardes, raspados, heladitos. Los niños venían al parque y me pedían: ‘¡Venda esto, venda lo otro!’. Y así fui metiéndole más”, cuenta doña Irene, con una voz cálida que transmite fuerza y cariño.

Llegó al fraccionamiento cuando apenas se formaba. Su esposo trabajaba en el IMSS y juntos pagaban la casa de Infonavit.

“Yo veía que no alcanzaba, que mis niñas querían cosas… por eso me animé a vender. Y desde entonces no he parado”, dice orgullosa para Tus Buenas Noticias. Hoy, su casa sigue siendo propia y su espíritu incansable.

Una mujer emprendedora que no se deja vencer

A pesar de sus dificultades, no se deja vencer y vender sus dulces la motiva para seguir adelante.

Además de vendedora, Irene es madre, abuela, esposa, cocinera, emprendedora y una mujer que no se deja vencer.

Perdió a su hijo Dagoberto Antonio durante la pandemia. Tenía 25 años. “Fue muy duro. Me costó mucho levantarme. Pero entendí que si no me ocupaba, me iba para abajo. Yo no vendo por necesidad… vendo para mantenerme viva”, comparte, con una sinceridad que conmueve.

Sus dos hijas son profesionistas: Paulina es contadora y Fabiola, trabajadora social. “Todo lo que hemos logrado ha sido con esfuerzo… y mucho trabajo”, dice.

Irene empezó vendiendo afuera del kínder a donde llevaba a sus niños, luego en una de las plazas comerciales más antiguas de la ciudad, a donde aún la esperan por sus flanes, chocoflanes, panes de zanahoria y sándwiches, y continúa en su andador, en el corazón de Barrancos II, donde los niños la siguen buscando por sus dulces y por su cariño.

En Barrancos todos conocen a Irene

Con una sonrisa alegre, Irene Arredondo, enfrenta la vida y sus desafíos.

“No hay plebe que no me conozca. Aquí todos me dicen "mamá". Anoche, un muchacho me pidió una bolsa y como estaba lloviendo, le presté un paraguas. Pensé que no iba a volver, pero sí regresó a entregármelo. Eso vale más que el dinero”, relata con una sonrisa.

Doña Irene tiene energía de sobra. Se levanta temprano, va a caminar al parque de Villa Verde, hace ejercicio, cocina, vende, platica con los vecinos y cuida a su nieta, la hija de Dagoberto, a quien consiente como si fuera su bebé. “Ella quiere vivir aquí, me quiere tener para ella sola”, dice riendo.

En Barrancos II, todos coinciden: Irene es parte del alma de la colonia. Una mujer que a base de dulces, trabajo y corazón ha dejado huella en generaciones de vecinos. “Siempre he trabajado. Desde los ocho años. Y si algo me dicen todos es que tengo mucha pila”, dice con orgullo.

Y sí, tiene razón. Doña Irene no solo reparte postres: reparte amor, memoria y esperanza. Pero como bien dice, uno no vende por necesidad, uno vende para no dejar de vivir.