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La ceguera de Santos es su renacer con ajos y canela. Un personaje icónico del centro de Culiacán

El reto de la venta diaria se gana con tenacidad y arrojo, palmo a palmo. La alegría y la amistad son la luz de cada día

25 noviembre, 2022
La ceguera de Santos es su renacer con ajos y canela. Un personaje icónico del centro de Culiacán

Santos Rochín Rodríguez, es vecino de Alturas del Sur. Vive en la tercera planta de uno de los edificios multifamiliares. A pesar de tener años viviendo ahí, es un lugar que no ha visto nunca. Cada mañana, con sigilo y entusiasmo sale cargado bolsos con mercancía para vender, una esquina de las calles del centro de Culiacán lo han convertido en un personaje icónico. El señor de los ajos y las canelas.

Cada día sentado en su banco plegable hace nuevos amigos, pocos se atreven a preguntarle su historia, tampoco está ahí para contarla. Es su renacer, su segunda vuelta a la vida la celebra cantando y trabajando.

Su historia

Nacido en Mocorito, desde muy joven, se vino a vivir a Culiacán. Aquí, en la capital restaurar la carrocería de automóviles fue su nueva ocupación.

Aprendí el oficio de carrocero por mis familiares. Mis tíos y mis primos desde siempre se han dedicado a ese trabajo”, dice con orgullo.

Santos, era uno de los carroceros “buenos”. Durante más de 30 años dedicó su vida a la reconstrucción y detallado de vehículos.

Montó su taller de carrocería y de ahí salía para mantener a su familia. Una esposa y tres hijos fueron su motivo para levantarse cada mañana para ir a trabajar. Sin embargo, la vida le tenía preparada una sorpresa para la cual no se encontraba listo.

Un día como cualquiera, se puso en pie desde temprano, desayunó, se preparó y se fue a trabajar a su taller. Tenía un trabajo pendiente por terminar. Ese día, tenía en la agenda la tarea de “sacar un golpe”, lijar, poner la masilla, alisar, y poner la base, para pintar un carro.

Santos se encontraba listo para sacar el trabajo. Sin embargo, ocurrió un suceso inesperado. Sin darse cuenta, mientras lijaba con la pistola de aire, perdió el conocimiento.

Yo estaba trabajando. No sentí nada. Todo era como un día normal. Estaba sentado, lijando con una pistola de aire. No me di cuenta cuando me desvanecí. Caí en un paro respiratorio que casi me cuesta la vida”. Dice con una voz que refleja el temor, ante el riesgo de morir.

Durante un mes y medio, Santos se debatía entre la vida y la muerte en un hospital. Los médicos, lo mantenían sedado, para lograr controlar su estado de salud. El panorama era desolador. Algunos, se atrevían a predecir, una muerte inminente.

La familia de Santos, nunca perdió la fe. Tenían la esperanza de que “saliera de esta”. Se les concedió el milagro. No murió, pero la oportunidad de vida se llevó la luz de sus ojos.

Soy ciego. Hace nueve años, se me desprendieron las retinas. Después de que estuve hospitalizado tanto tiempo, fue una consecuencia de que nunca me lubricaron los ojos. Fue una negligencia”, reconoce con dolor.

Y es que, para cualquier persona, al perder la vista, siente como si la ceguera fuera un visitante indeseable e inoportuno. Llega inesperadamente y anuncia que llegó para quedarse indefinidamente.

La vida de Santos y su familia. No volvió a ser la misma.

Imagínate, perder la vista de una. Además, la vista la necesitaba para todo, pero para mi trabajo era indispensable. Me estaba haciendo loco”, dice con desespero.

Tal situación, lo hizo caer en una severa depresión. Según sus palabras, su vida no tenía ningún sentido. No podía seguir trabajando su oficio, y no volvería a ver el rostro de sus hijos.

La depresión todavía la tengo. Eso nunca se va a imponer uno. Una persona que mira y dejar de ver de la noche a la mañana, es lo peor que te puede pasar”, dice aún con desconsuelo.

Según Santos, lo que más le cuesta, es no tener la oportunidad de conocer a sus nietos. Sin embargo, se ha sabido poner en pie. Ante esa situación y siendo un hombre productivo decidió buscar una nueva forma de vida.

Ya no arregla carros. Ahora, empaca cabezas de ajo y cortezas de canela, que sale a vender diariamente al Mercado Garmendia.

Me subo en un camión y todos los días desde temprano me voy a trabajar al mercado. Ahí pongo mi música. Tengo que “ver” la vida con alegría a pesar de la desgracia”, dice con razón.

Ahí, en la esquina de Ángel Flores y Domingo Rubí, Santos se sienta en una silla que lleva a cuestas, en su bastón, amarra sus bolsitas con ajo y canela. Y por $10 pesos las ofrece a los transeúntes.

“La vida me ha dado una segunda oportunidad. Me quitaron la vista, pero me dieron la esperanza de seguir adelante. Con lo que saco de mi venta del día, es con lo que me mantengo. Es para mí solo, y Dios no me deja solo”, reconoce.

Así, es como este vecino de Alturas del Sur, se gana la vida. Santos, se ha convertido en un ejemplo de perseverancia, de lucha, pero sobre todo de tesón.

“A pesar de la aflicción, soy muy alegre. ¿Qué le voy a hacer? De todas formas, la vista ya no va a volver. Ahora tengo mi motivación para salir adelante. Tengo que echarle ganas a la vida”, dice con gozo.

Así, mientras pasan las horas, Santos permanece en su lugar. Espera que los clientes lleguen. Lo hace cantando, así intenta hacer más alegre su vida, aunque nunca vuelva a ver la luz del día.

Es el hombre de los ajos y la canela, el hombre alegre que ya no vio la luz, pero su simpatía y resiliencia lo convirtieron en un referente humano del centro de Culiacán. La luz de la vida brilla en las oportunidades… La segunda vuelta es de gratitud.

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