Alejandro Castañeda: El artista de Tierra Blanca que transforma objetos y memorias en Culiacán
Alejandro Castañeda transforma objetos cotidianos en obras que resignifican la identidad y memoria sinaloense


En un barrio de Culiacán marcado tanto por la vida cotidiana como por los estigmas sociales, un joven artista ha encontrado la materia prima de su obra: los objetos que nos rodean, las costumbres que damos por sentadas y las memorias que permanecen en cada rincón del hogar.
Él es Alejandro Castañeda, nacido en 1995 y criado en la colonia Tierra Blanca, quien ha construido una propuesta artística que une tradición, identidad y reflexión crítica sobre la realidad sinaloense.

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El artista que da una segunda vida a los objetos
El trabajo de Alejandro, definido como escultura y arte-objeto, se distingue por un enfoque particular: rescatar elementos aparentemente mundanos —una silla (poltrona) de Concordia, un ponchallanta, un mueble desgastado— y resignificarlos en piezas que invitan a repensar lo cotidiano.
“Me interesa cómo ciertos objetos simbolizan ideas de pertenencia y cómo, con el tiempo, llegan a convertirse en marcadores de identidad”, explica Castañeda en entrevista para Tus Buenas Noticias.
Un archivo en movimiento
El artista describe su práctica como la construcción de un “archivo en movimiento”, en el que los objetos condensan memorias y tensiones sociales. En lugar de limitarse a preservar su forma original, Alejandro explora el desgaste y la transformación como narradores de historias.
Así, lo que en muchos contextos sería desecho, en su obra se convierte en una capa más de significado. Una silla antigua, por ejemplo, deja de ser únicamente un asiento para volverse testigo del paso del tiempo y del afecto de una familia.
En su caso, una silla poltrona de la casa de su abuela se transformó en un detonante para investigar la historia del mobiliario sinaloense y, con ello, abrir un camino hacia la exploración de su identidad cultural.

La violencia sin glorificación
Vivir y crear desde Sinaloa implica, de manera inevitable, dialogar con la violencia. Sin embargo, Castañeda ha sido claro en su postura: su obra no busca enaltecer las narrativas violentas, sino abordar sus efectos colaterales en la vida diaria.
Un ejemplo es su pieza a partir del ponchallanta, un artefacto que él reconfigura en cerámica y convierte en un candelabro.
“No se trata de glorificar, sino de señalar cómo ciertos actos y símbolos violentos se han normalizado en lo cotidiano”, comenta.
Al descontextualizar estos objetos y dotarlos de nuevas funciones, provoca en el espectador una reflexión sobre lo que significa convivir con estas marcas culturales.

Cenaduría Tierra Blanca: arte en el barrio
En 2022, Alejandro dio un paso más allá de la creación individual y fundó la Cenaduría Tierra Blanca, un espacio cultural instalado en lo que fue la casa de su bisabuela.
El nombre juega con la memoria del lugar —alguna vez una cenaduría familiar— y la idea de ofrecer un “menú cultural” accesible a la comunidad. Este proyecto surgió como respuesta a la falta de espacios para artistas emergentes en Culiacán.

“Era difícil entrar a museos o galerías institucionales, así que opté por la autogestión”, relata. Desde entonces, la Cenaduría se ha activado con exposiciones, talleres y encuentros, desafiando el estigma de violencia que ha pesado sobre la colonia.
Más que un simple punto de exhibición se ha convertido en un laboratorio de convivencia, donde vecinos, artistas y visitantes encuentran nuevas formas de mirar su entorno. Para Castañeda, esta es también una forma de reivindicar Tierra Blanca.
El mural del mercado
Entre sus proyectos recientes destaca el mural que realizó en el Mercado de Tierra Blanca. La obra integra elementos de flora local, como la flor de mayo, favorita de su abuela, y siluetas arquitectónicas de casas antiguas del barrio. También aparecen las clásicas sillas de herrería, comunes en los hogares de generaciones pasadas.

“Lo más enriquecedor fue la reacción de la gente. Mientras pintaba, muchos se acercaban a contarme historias personales ligadas a esos objetos o a las casas del barrio”, recuerda el artista.
Alejandro sostiene que su práctica parte de la observación de objetos, técnicas y costumbres que configuran los territorios que habita, particularmente Sinaloa. Su interés, subraya, está en visibilizar lo que ha sido omitido por las narrativas centralizadas de la historia del arte y el diseño en México.
Al intervenir objetos cotidianos, no solo los resignifica, también abre la posibilidad de repensar la identidad regional desde una mirada fresca y crítica.
La metáfora del taco de carne asada
Alejandro compara su trabajo con la evolución del taco de carne asada. Para él, este platillo es ejemplo de cómo se entrelazan las raíces culturales con las prácticas contemporáneas.
“No es una tradición de siglos, pero se ha vuelto parte de nuestra identidad, se adapta y evoluciona con cada generación. Mi arte busca hacer lo mismo”, explica.
Actualmente, Alejandro divide su tiempo entre Culiacán y la Ciudad de México, donde observa nuevas cotidianidades, desde patrones en los azulejos hasta rasgos arquitectónicos de colonias antiguas. Cada hallazgo, por pequeño que parezca, puede convertirse en el germen de una nueva obra.
Mirar hacia el futuro
A sus 30 años, Alejandro Castañeda se ha consolidado como una de las voces emergentes más interesantes del arte sinaloense. Su obra no solo rescata objetos y memorias, también invita a repensar cómo construimos identidad en medio de tensiones sociales y culturales.
En un mundo acelerado que privilegia lo nuevo y lo desechable, su apuesta por el desgaste, la transformación y la memoria resulta profundamente contracultural. Su arte recuerda que cada objeto guarda historias, afectos y silencios que merecen ser contados.
“Mientras un objeto siga resistiendo, sigue diciendo algo de nosotros”, afirma con convicción.
Desde Tierra Blanca y otros lugares del país, Alejandro Castañeda está demostrando que el arte puede nacer de lo más cotidiano y, al mismo tiempo, convertirse en una herramienta poderosa para resignificar el territorio, la memoria y la vida misma. En tiempos complicados el arte nos ayuda a repensar un futuro armónico.