Doña Rosa: 28 años de amasar sueños y hornear esperanza en la colonia Vista Hermosa en Culiacán
El aroma de un pueblo, el sabor de un legado: Rosalba Quiñonez Soto, y sus casi tres décadas de hornear delicioso pan y un legado de amor que alimenta cuerpos y almas en Culiacán


Culiacán, Sinaloa.- Existen aromas que abrazan el alma y sabores que se quedan para siempre en la memoria.
En la colonia Vista Hermosa, al suroriente de Culiacán, existe un rincón donde cada tarde se enciende un horno de barro que no solo cuece pan, sino también en cada hogaza que sale, se hornea un sueño, se alimentan sueños y se construye un futuro.
28 años de sabor y esperanza con Doña Rosa
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Desde hace 28 años, Rosalba Quiñonez Soto, cariñosamente llamada Doña Rosa, ha conquistado corazones con sus deliciosos panes. Pero su historia va mucho más allá del sabor: es un testimonio de fortaleza, legado familiar y amor a su oficio.
Doña Rosa, aprendió el arte de hacer pan desde muy niña, en un pueblo serrano lleno de aromas y memorias llamado Boca del Arroyo, ubicado en el municipio de Cosalá.
Fue su madre, doña Olga Soto (QEPD), quien le enseñó a amasar con paciencia y a hornear con amor, en un fogón de barro que parecía guardar los secretos de generaciones enteras.

Aunque aquel poblado quedó sumergido bajo las aguas, tras la construcción de la presa José López Portillo, mejor conocida como El Comedero, entre 1977 y 1983, Rosalba jamás olvidó sus raíces, ni el sabor del pan que solía unir a su familia y a la comunidad.
Con nostalgia, Doña Rosa recordó: “Al gobierno le tocó preguntarles a los habitantes de Boca del Arroyo: ¿si querían dinero o una casa?” Su madre eligió el dinero, y con esa decisión la familia emprendió un nuevo comienzo en Monte Verde. Fue allí donde, poco a poco, la vida volvió a florecer… y junto con ella, renació la magia del pan.
Con tan solo 12 años, Rosalba llegó a la apacible comunidad que hoy pertenece al municipio de Navolato. En ese nuevo hogar, entre harina, levadura y memorias del rancho, la entusiasta niña inició a ayudar a su madre, sembrando desde entonces dulzura, constancia y tradición en cada horneada.
Con esfuerzo, amor y manos decididas, inició a forjar un nuevo camino: una herencia panadera que convirtió su hogar en un espacio lleno de aromas entrañables, recuerdos vivos y sabores que reconfortan el alma.
“Un día antes iba casa por casa con mi cuaderno a tomar pedidos”, rememoró con una sonrisa llena de recuerdos. “Al siguiente día, entregaba el pan recién salido del horno”. Así comenzó su travesía, vendiendo en Monte Verde, dejando en cada entrega la semilla de un sueño que hoy florece y con fuerza.
Hace 28 años, en la colonia Vista Hermosa, Doña Rosa convirtió un consejo de su madre en el inicio de su vocación: “Haz pan, así no dejas solos a tus hijos”. Con un pequeño horno que su mamá le construyó, emprendió desde casa la tarea de hornear pan, amasando también optimismo.
Poco a poco, el exquisito sazón y cálida atención atrajeron a más y más personas de todas las edades. Con el paso del tiempo, el pan se volvió más que un alimento cotidiano: cruzó fronteras, llevando su sabor y tradición a distintos rincones de México e incluso hasta Estados Unidos.
“Empecé con poco, hacía pan natural y conchas. Con el tiempo fui aumentando: primero dos kilos, luego tres, y así, gracias a Dios, el negocio fue creciendo. Después me animé a hacer más variedad como pan”, compartió Doña Rosa, con la emoción de quien ha visto crecer un anhelo amasado con esfuerzo y amor.
Actualmente, Quiñonez Soto deleita a su clientela con un delicioso y variado menú que incluye empanadas de calabaza, cajeta y piloncillo, esponjosas conchas, pan con queso crema, coricos, pinturitas y su ya famoso pan pizza. Cada tarde, su horno se enciende no solo para hacer pan, sino para compartir momentos llenos de sabor y cariño.
Además, ella misma afirmó con gratitud: “Gracia a Dios todo se vende”, pero lo que más buscan es la empanada de calabaza y el pan natural, porque “el que prueba el pan, regresa”.

Pero lo más gratificante de esta historia no es solo el aroma del pan recién horneado ni su sabor casero, sino la vida de orgullo y esperanza que Rosalba ha construido con sus propias manos.
Gracias a su esfuerzo incansable y dedicación diaria, ha sacado adelante a sus hijos: una ya es enfermera y otra de sus hijas recientemente se graduó como Médico General.
“Mi negocio no me ha enriquecido en dinero, pero me ha regalado las bendiciones más valiosas: un techo, alimento y, sobre todo, la educación de mis retoños, que es la herencia más grande que una madre puede dejarles,” dice con un semblante lleno de orgullo.
A sus 58 años, Doña Rosa ya no está sola en este noble oficio. La apoyan su hija Cinthya, sus nietas Xiomara Naileth y Jezabel Geraldine, y su sobrino Felipe, a quienes ella les ha enseñado sus conocimientos con dedicación y amor.
“Cuando estaban chiquitas mis nietas se ponían el mandil para ayudarme... y ahora que han crecido, bendito Dios, aquí están conmigo”, reveló emocionada. Todos tienen una tarea, todos comparten el compromiso y el amor por este legado familiar.
Actualmente, su horno de barro se enciende cada tarde, de lunes a sábado. Alrededor de las cinco, el aroma del pan recién hecho se esparce por todo el sector popular, y transporta a quienes lo perciben a la calidez del rancho, a los recuerdos de un hogar y al abrazo entrañable de una tradición que perdura.
Y si de consejos se trata, Doña Rosa ofrece una enseñanza llena de sabiduría para quienes sueñan con emprender: “No tengan miedo. Muchas veces el temor nace por lo económico, pero si uno hace las cosas con amor y empeño, siempre sale adelante. El trabajo honrado nunca falla. Yo comencé con muy poco, y miren hasta dónde hemos llegado. Pero lo mejor no es lo que tengo, sino lo que he podido enseñar: el valor de trabajar bien, con el corazón.”
En la panadería de Doña Rosa no solo se hornea pan: se hornean sueños, se transmite herencia, se construyen futuros llenos de fe. Y eso, sin duda, la convierte en una mujer admirable, ejemplo vivo de que el esfuerzo diario, cuando se hace con pasión, es capaz de alimentar cuerpos… y también almas.
Desde hace ya casi tres décadas, Rosalba Quiñonez Soto no solo amasa pan, sino también historias, sueños y esperanza.

En cada pieza va su amor infinito por el oficio que heredó y honra con el alma. ¡Gracias, Doña Rosa, por cada pan y por cada vivencia que sabe a lucha, ¡a familia y a futuro compartido!
Ubicación y teléfono para hacer pedidos del sabroso pan
La panadería de Doña Rosa está ubicada en la calle Amaranto, esquina con Magnolia, número 4122, muy cerca de la gasolinera y el Oxxo Vista Hermosa. Abren de lunes a sábado, de 5:00 p.m. a 10:00 p.m. Foto: Lino Ceballos
Para endulzar cualquier celebración con sabor y tradición, Panadería Doña Rosa ofrece manjares hechos con amor. Haz tu pedido al 6677 67 32 36.