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Catia Margarita Iribe: tres décadas transformando vidas con arte en las aulas de Santa Fe

A través del arte, la maestra Catia ha ayudado a cientos de adolescentes a encontrar su voz y su camino en Culiacán

15 mayo, 2025
Con 51 años, Catia aún tiene varios ciclos escolares por delante antes de su jubilación, y aunque el cansancio físico comienza a notarse, su espíritu sigue firme.
Con 51 años, Catia aún tiene varios ciclos escolares por delante antes de su jubilación, y aunque el cansancio físico comienza a notarse, su espíritu sigue firme.

Con espíritu sensible, inquieto y creativo, Catia Margarita Iribe Flores nació y creció en Recoveco, Mocorito, un poblado pequeño de caminos polvorientos, pero con tradiciones rurales muy arraigadas que la impulsan cada día en su labor docente.

Catia creció con el apoyo incondicional de su madre, Laura Flores Zavala, una mujer que, aunque no contaba con estudios profesionales, comprendió desde muy temprano que el arte era un lenguaje necesario para que su hija pudiera expresarse y desarrollarse. 

Esta pintura alusiva a Emiliano Zapata, es de la joven Ángel Ariadna, quien egresó hace 2 años, pero la dejó en la Secundaria Técnica No.90 de Santa Fe.
Esta pintura alusiva a Emiliano Zapata, es de la joven Ángel Ariadna, quien egresó hace 2 años, pero la dejó en la Secundaria Técnica No.90 de Santa Fe.

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Lo que comenzó como un sueño casi ingenuo, se convertiría en una vocación de toda la vida: formar generaciones a través del arte y el amor por la expresión creativa.



Hoy, con 30 años de servicio docente —y casi 20 de ellos dedicados a la Secundaria Técnica No. 90 de Santa Fe— Catia es mucho más que una maestra de artes. Es mentora, guía emocional, ejemplo de constancia y resiliencia en un sistema que a menudo olvida la importancia de la educación artística.

Una vocación descubierta entre juegos y crayones

Desde pequeña, Catia mostró un talento natural para el dibujo, la música y la danza. En lugar de rechazarlo o subestimarlo, su madre tomó una decisión que cambiaría el rumbo de su vida.

“Mi madre, que tuvo el sueño de ser maestra, siempre me decía: ‘Hija, te voy a meter a estudiar danza’. Ella era de las señoras que venían en el camión a Culiacán y un día me dijo haber conocido una escuela de danza muy buena. ‘Vas a entrar en el verano’, me dijo... y así fue como estudié en la Mukila Mazo”, recuerda Catia.



A los 13 años ya estaba completamente inmersa en el mundo artístico y poco tiempo después comenzó su formación como maestra en danza y recreación. Fue allí donde descubrió que no solo disfrutaba aprender, sino también compartir, enseñar y ver cómo otros descubrían su potencial creativo.

La historia de Catia Margarita es una muestra de que la pasión por enseñar, cuando se une con el poder transformador del arte, puede cambiar vidas.
La historia de Catia Margarita es una muestra de que la pasión por enseñar, cuando se une con el poder transformador del arte, puede cambiar vidas.

El primer paso hacia la docencia

La oportunidad de enseñar llegó antes de lo esperado. Mientras estudiaba, un maestro de inglés notó su entusiasmo y liderazgo, y le propuso integrarse como docente en la Secundaria Técnica 43 de Sataya, Navolato. 

“Entregué mis papeles y, sin saberlo, empecé mi camino como educadora”, recuerda.



Así comenzó una carrera que ha estado marcada por el compromiso, el aprendizaje constante y la lucha contra la invisibilidad que muchas veces enfrentan los docentes de artes.

La evolución de la educación artística

Desde que ingresó formalmente a la Secundaria Técnica No. 90 en el año 2006, Catia ha sido testigo de cómo ha evolucionado la enseñanza artística. 

Lo que antes era una asignatura flexible, basada muchas veces en la voluntad y el talento empírico de los docentes, hoy requiere preparación académica, planeaciones rigurosas, evaluaciones periódicas y formación continua.

Este un mural sobre el COVID es una obra de la alumna Sandra, quien lo elaboró al regreso del confinamiento, hace tres años.
Este un mural sobre el COVID es una obra de la alumna Sandra, quien lo elaboró al regreso del confinamiento, hace tres años.

Lejos de desanimarse ante los nuevos retos, Catia los ha asumido con valentía. “Siempre estoy buscando cursos, tutoriales, nuevas formas de enseñar. Hoy me siento más completa como maestra”, afirma.



Uno de los mayores retos de su labor actual es lograr que los estudiantes se interesen genuinamente por el arte en un contexto dominado por las redes sociales.

La maestra Catia apuesta por metodologías vivenciales. Realiza proyectos colectivos como murales, exposiciones, pasillos decorativos y concursos, convencida de que el arte se aprende haciendo y compartiendo. 

Uno de sus proyectos favoritos es la decoración de un pasillo con piedras pintadas por los propios alumnos.

Un impacto que trasciende el aula

La huella que deja en sus alumnos es profunda. No son pocas las veces que exalumnos le han agradecido sus enseñanzas. Uno de los momentos que más la marcó fue cuando una joven, Ángel Ariadna, le dijo: “Maestra, yo pinto por usted. Usted me hizo amar el arte”.

Esa frase, simple, pero poderosa, le recordó que su labor va más allá de cumplir un programa. Su labor es abrir ventanas en la mente de los jóvenes, mostrarles que pueden expresarse, sanar, comunicarse y hasta encontrar un propósito a través del arte.

La maestra Catia no espera premios ni homenajes. Le basta con que sus alumnos la recuerden como una maestra que creyó en ellos, incluso cuando nadie más lo hizo.
La maestra Catia no espera premios ni homenajes. Le basta con que sus alumnos la recuerden como una maestra que creyó en ellos, incluso cuando nadie más lo hizo.

Colaboración y comunidad

En su andar, Catia ha contado con el respaldo de una comunidad educativa que ha sabido valorar su entrega. Agradece especialmente al director Ernesto Díaz, así como a sus colegas en la Academia de Artes: Alma Venosa, Aimé Solís, Magdalena Cisneros y Humberto Beltrán. 

“Sin ellos, muchos proyectos no habrían sido posibles. Cuando el arte se apoya desde la dirección, florece”, destaca.



También reconoce la evolución de la percepción social hacia la educación artística. “Hoy muchos entienden que sin arte no hay sensibilidad, ni creatividad, ni pensamiento crítico”, señala.

El arte como herramienta de transformación social

Para Catia, enseñar arte en una secundaria pública no es un simple empleo. Es una forma de generar cambio en contextos donde a menudo se carece de acceso a espacios culturales. 

“Hay chicos que llegan sin saber que pueden cantar, pintar o actuar. Y cuando lo descubren, algo en ellos se transforma. Se sienten capaces, se sienten vistos”, explica.


Catia Margarita Iribe: tres décadas transformando vidas con arte en las aulas de Santa Fe


Por eso insiste en que la educación artística debe ser una prioridad, no un lujo. “No todos serán artistas, pero todos pueden beneficiarse del arte. Nos hace más humanos, más empáticos, más libres”, añade.

En un mundo que con frecuencia minimiza la importancia de la educación artística, Catia Margarita sigue firme, demostrando día tras día que formar a jóvenes sensibles, creativos y conscientes es tan valioso como cualquier fórmula matemática.




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