Sin estudios formales y con un talento nato, Natividad Hipólito Tapia Rodríguez en la colonia Emiliano Zapata en Culiacán dominó los chasis, creó sus propias herramientas y hasta fabricó una grúa rudimentaria para levantar motores con pura fuerza humana
Por: Juan Madrigal
Culiacán, Sinaloa. - A sus 75 años, Natividad Hipólito Tapia Rodríguez —el querido maestro “Don Polo Tapia”— sigue encontrando en los motores el latido más firme de su vida. Entre llaves gastadas, chispas de soldadura y chasis que ha armado y desarmado miles de veces, este hombre ha levantado más que automóviles: ha construido una historia de pasión, disciplina y dignidad que inspira a generaciones enteras.
Don Polo Tapia: el mecánico que creó sus propias herramientas y levantó sueños con sus propias manos
Su vida inició con retos duros. Hijo de una mujer de La Cruz de Elota y de un hombre originario de Guadalupe de los Reyes, Durango, recuerda que de niño la pobreza era parte del paisaje cotidiano.
“Nos traían de salto de mata”, dice. Sin oportunidad de ir a la escuela, el pequeño Natividad Hipólito aprendió antes a trabajar que a leer: tumbó montes, sembró hortalizas y fue jornalero desde que sus manos pudieron sostener un machete.
Pero la vida, esa maestra severa y generosa, le cambió el rumbo a los 12 años cuando entró como ayudante de soldador en el Taller Río Baluarte, en la colonia Mazatlán. Ahí nació el artesano del metal.
“Todo lo que sé, lo aprendí desde chamaco”, recordó. Entre soldadura, herramientas y el olor del acero caliente, forjó no solo su oficio, sino su futuro: casi 20 años ahí, y después otros más en Petroquímicos y Taller Castillas.
Con Felipa de Jesús Torres Larrañaga formó una familia de cuatro hijos, y en 1971, con dos de sus hijos, llegó a la colonia Emiliano Zapata. No solo construyó su casa: fue fundador de esa comunidad que lo vio crecer como padre, vecino y mecánico.
“Llegué aquí, a la colonia Emiliano Zapata, un sábado 20 de noviembre de 1971”, recordó Tapia Rodríguez con la claridad de quien vuelve a pisar ese instante que le cambió la vida. “Venía con un chamaquito de dos años y otro de brazos, que hoy es un reconocido traumatólogo”, añadió con el orgullo sereno de un padre que ha visto crecer sus sueños en los pasos de sus hijos.
En 1982 instaló en la cochera de su hogar su propio taller de soldadura, suspensión y mecánica, y fue ahí donde dio vida a su gran especialidad: el chasis, esa estructura que sostiene todo vehículo, el esqueleto firme donde se monta la carrocería, el motor y cada componente. Lo enderezó, lo reforzó, lo reconstruyó. Lo comprendió y lo dominó como pocos.
“Yo trabajaba mucho el chasis… corozales, todo lo pesado. He armado y desarmado miles de carros”, dice con un brillo que refleja toda una vida dedicada a su oficio.
Su talento iba más allá de la mecánica. Con ingenio puro, sin estudios formales, sin tecnología, sin apoyo técnico, creó sus propias herramientas: llaves especiales, adaptaciones únicas y hasta una grúa rudimentaria, hecha con metal, movida solo por fuerza humana y principios simples de palanca y polea.
Con ese invento levantó motores, acomodó estructuras y demostró que la creatividad puede nacer de la necesidad.
Fue también conocido como maestro de los Ford Galaxie 500, aquellos gigantes robustos que marcaron una época. De joven soñó con uno; de adulto se compró dos… y hasta le regalaron otro.
Los conocía tan bien que podía armarlos y desarmarlos como quien reconstruye un recuerdo querido. Con los Volkswagen hizo maravillas: los compactaba, los ajustaba, los hacía “nacer de nuevo”.
Su capacidad de inventar no tenía límites: incluso fabricó una máquina capaz de triturar cáscara de coco y llantas, produciendo siete toneladas por hora para abono y viveros. Una obra maestra hecha con sus propias manos.
Pero hoy, el tiempo le ha pasado factura. Problemas de rodilla, cadera, vista y operaciones recientes lo obligan a dejar poco a poco el oficio que sostuvo su vida y la de su familia.
Su esposa está postrada y requiere cuidados constantes; él sigue trabajando en lo que puede: soldaduras pequeñas, arreglos que no exigen tanta fuerza. No tiene pensión. Un seguro que pagó fue un engaño. Y aun así, no se queja: resiste.
“He vendido algunas cosas de mi taller, de ahí sale para comer. Me gustaría vender todo, pero en paquete”, reconoció con honestidad. Entre dos cajones llenos de herramientas, máquinas de soldar y diverso equipo, guarda los tesoros de toda una vida dedicada al trabajo.
Aun así, su voz no pierde esperanza. Aun así, sus manos quieren seguir creando. Aun así, su espíritu no se rinde.
“Mientras Dios me preste vida, voy a seguir trabajando… como pueda”, manifestó el maestro Don Polo Tapia, con esa firmeza que solo tienen quienes han luchado siempre desde abajo.
Don Polo Tapia: el mecánico que creó herramientas, inventos… y un legado humano
Su ejemplo es un recordatorio inspirador: no importa cuántas veces la vida ponga obstáculos; un corazón trabajador siempre encuentra la forma de seguir adelante.
Y en la colonia Emiliano Zapata, cada chasis que él tocó, cada motor que encendió y cada herramienta que fabricó llevan la huella de un hombre que convirtió el trabajo duro en un legado inolvidable.
El maestro Don Polo Tapia tiene su taller en la calle Plan de Iguala #2081, en la colonia Emiliano Zapata, un rincón que guarda más de cuatro décadas de historias entre motores, herramientas y sueños forjados a base de trabajo.
El maestro Don Polo Tapia, con su playera blanca de cuello V y su pantalón de mezclilla azul —su uniforme de batalla— no solo arregló carros. También arregló caminos, abrió sueños y construyó, a pulso, una vida hecha de esfuerzo del bueno… del que inspira y se queda en la memoria de todos.