La historia de una familia desplazada por la violencia que logró crear un legado con su emprendimiento de tortas y nachos para contribuir al desarrollo de su comunidad con trabajo y disciplina en Mazatlán
Por: Eunice Arredondo
La familia de Lino Alvarado Núñez llegó a Mazatlán en 1982, procedente de la sierra de San Ignacio, Sinaloa.
Cerca de Tayoltita se dedicaban a la agricultura y la ganadería, pero los inicios de la violencia obligaron a la familia a dejar su comunidad para convertirse en una de las tantas familias desplazadas de esa época.
“Cuando nosotros nos venimos empezaba la delincuencia allá, mi papá mejor dijo vámonos, él dijo que nos venimos en el momento justo, sabio mi papá porque él pronosticó que se iba a poner peor y ahorita no se puede pasar para allá, los pueblos se quedaron solos y aquí nunca hemos tenido problemas”, asegura.
Los Alvarado Núñez llegaron directamente a Urías, en Mazatlán, donde una hermana de Lino ya tenía una casa en la que les dio asilo en tanto los hombres de la familia empezaron a trabajar para generar ingresos.
Con 17 años de edad, Lino entró a trabajar en una compañía refresquera y su papá se empleó como velador de la Escuela Secundaria General No. 5 “Martiniano Carvajal”, plantel ubicado justo frente a su casa.
Con el tiempo la familia se hizo de dos cuartitos que le compraron a un tío sobre la misma calle Ladrillera y desde entonces ese ha sido su hogar, donde Lino y sus hermanos crecieron trabajando para salir adelante.
“Yo juntaba cartón de cemento y lo llevaba a vender, vendíamos gorditas de harina, vendíamos hasta nopales”, recuerda.
Con el tiempo Lino trabajó también en el área de mantenimiento de un hotel y luego fuera de Mazatlán por unos meses hasta que su papá enfermó y él regresó para cubrirlo en su trabajo como velador en la secundaria.
Un negocio de sabor: Las tortas que han conquistado generaciones
En ese entonces el joven tenía dos empleos y con la finalidad de mantenerse cerca de su casa y cumplir con la responsabilidad del trabajo en la secundaria decidió emprender un negocio de tortas.
“El día 7 de enero de 1991 a las 6:45 de la mañana vendí la primera torta de jamón que costaba un peso. La que me pidieras de pierna o jamón con queso costaban lo mismo. El invasor aquí fui yo, ya estaba doña Esperanza, doña Petra y Martina, éramos muchas personas que vendían tortas aquí yo fui el último y el único que queda, ya todos fallecieron”, platica.
El padre de Lino estuvo tres años enfermo y falleció, desde entonces él se quedó como velador de la escuela, empleo en el que lleva 36 años y está a punto de jubilarse.
“Me quedé trabajando en la secundaria y con mi negocio de tortas, en los dos lados, y todavía así estoy hasta la fecha, ya me ando jubilando”, dice con entusiasmo.
Lino trabajó desde el primer día de su negocio con su hermana Lucero, de echo su emprendimiento se llama “Estanquillo Lucero”, pero nunca le han puesto el nombre visible al local y en realidad todos lo conocen como “las tortas de don Lino”.
“Mi hermana y yo empezamos el negocio desde el primer día, luego mi esposa también nos empezó a ayudar. A mucha gente se le hace extraño que no hayamos salido mal, pero nosotros no tenemos sueldo si hay dinero gastamos y si no hay no gastamos, ahí vamos poco a poco”, señala Lino en entrevista con Tus Buenas Noticias.
Disciplina y pasión: Las claves del éxito de Lino en su estanquillo
Cuando empezó el emprendimiento era pequeño en piso de tierra con una lona y banquitos para la gente que llegaba a comprar, con los años se fue ampliando hasta tener el local que hoy ocupa y que mucha gente en Urías conoce.
“Aquí era puro monte y ya que se pavimentó todo crecí más el negocio, luego me daban ‘carrilla’ me decían que iba a llegar hasta la escuela porque ahí iba poco a poquito”, dice sonriente.
Las tortas de Don Lino son famosas por su sabor, pero a los clientes también les gusta el buen trato que reciben cuando llegan a comprar, la plática de Lino los entretiene y siempre se llevan, además de su torta, un momento agradable.
“Gracias a Dios le encontré la sazón, mucha gente me dice que son las mejores tortas que han comido y eso me enorgullece porque hay muchas tortas y todos tienen lo suyo. A mi me dicen que es la receta y yo siempre dicho que la receta es el amor que le pongas al trabajo, a la comida, el empeño que tú pongas en lo que haces”, dice convencido.
Los principales clientes de Lino han sido cientos de jóvenes que han pasado por las aulas de la Secundaria General No.5, más de 30 generaciones han probado las tortas y les han hecho publicidad de boca en boca, haciendo que la fama de Lino crezca hasta en el extranjero.
Aunque muchos clientes le sugieren que amplíe su menú o su horario, Lino asegura que su fuerte son las tortas y desde hace 15 años vende también Nachos. Él asegura que la clave del éxito además de un buen producto, son la disciplina y la constancia.
“Yo aquí trabajo si hay ciclón o si está lloviendo, solamente descanso en navidad y año nuevo, pero por una pachanga no, yo soy muy disciplinado trabajo de 6 de la mañana a 6 de la tarde, antes trabajaba hasta los domingos, pero ya me cansé y ahora los descanso”.
Otra enseñanza que le dejó su padre y que ha seguido al pie de la letra es la organización y el cumplimiento de todas sus responsabilidades como ciudadano.
“Me gusta tener todo en regla, mis papeles, pagar mis recibos a tiempo, el predial, ir al corriente en la escuela de mis hijos, mi papá me dio esa escuela y también me ‘dijo nunca pidas fiado’ y yo no sé de créditos, dicen que es bueno el crédito, pero no me gusta deber, si yo tengo un pesito cuento con eso”, señala.
Un mensaje para la juventud: El emprendimiento como camino hacia el bienestar
A sus 60 años Lino goza de buena salud, se prepara para jubilarse de su empleo en la secundaria y para seguir trabajando en su estanquillo hasta que la vida lo permita.
Asegura que su hijo tiene planes para modernizar el negocio con cosas básicas como el servicio a domicilio o el cobro con tarjeta o transferencia, pero por ahora él sigue con su ritmo habitual, quiere llevar una vida tranquila y feliz con su familia.
“Lo que yo quiero es tranquilidad, no es el dinero lo que te hace feliz. Ya no quiero echarle peso a la mochila sino irle quitando, quiero vivir ligero y no soy ambicioso, solo me gusta vivir bien y tranquilo”, asegura.
Lino es un hombre agradecido, señala que la vida lo ha tratado bien y gracias a quienes le han brindado su confianza durante más de tres décadas ha podido continuar con su negocio que ha sido el sustento de su familia.
“Yo le doy ese consejo a la juventud no hay más que ponerle ganas al negocio, hacer las cosas que te nazcan, que te gusten de corazón, si vendes atole o lo que vendas, todo negocio y el comercio es muy noble sabiéndolo trabajar”.
La trayectoria de Lino Alvarado Núñez es un testimonio de resiliencia y dedicación. Desde su llegada a Mazatlán, ha transformado su vida y la de su familia a través del trabajo arduo y la pasión por su negocio de tortas.
Su historia refleja no solo la importancia de la perseverancia ante las adversidades, sino también el valor de las relaciones humanas y el impacto positivo que un emprendimiento puede tener en la comunidad.
Lino no solo ha alimentado a generaciones de estudiantes, sino que también ha cultivado un sentido de pertenencia y apoyo en Urías.
Mientras se prepara para su jubilación, su legado perdura: un recordatorio de que el éxito se construye con amor, disciplina y un profundo compromiso con la comunidad.