Entre elotes, tamales y tostiquesquites, doña Cristina ha hecho de la necesidad un oficio.
Culiacán tiene rincones que saben a historia y esfuerzo. Uno de ellos está en Alturas del Sur, en la esquina de Juan Manuel Ley con Rafaela López de Ley, donde desde hace casi diez años, doña Cristina Melchor, mejor conocida como doña Kitty, prende su olla de elotes para recibir a vecinos y clientes con un buen vaso de esquites.
“Fue la pobreza… la necesidad”, confiesa para Tus Buenas Noticias.
La necesidad la trajo a Culiacán a buscar una nueva vida
Y es que en su natal Bebelama de San Lorenzo no había trabajo, por lo que ella y su esposo Heraclio decidieron buscar en la ciudad una forma de salir adelante.
Encontraron en los tamales, elotes y esquites una manera honesta de llevar el sustento a casa.
Con 49 años y cuatro hijos, doña Kitty comparte que de este pequeño negocio se sostiene junto a su esposo.
“De lo poquito que sale, para las tortillas y para pagar la renta. Es lo que hacemos los dos”, dice mientras acomoda los elotes que también ofrece en su mesa.
¿Qué encontrar con doña Kitty?
El negocio se llama “Kitty”, como la conocen todos en Alturas.
El menú es sencillo pero infalible: tamales, esquites, tostiquesquites y “viejas” con chile.
“A veces se vende más el tamal, a veces poquito esquite. Pero no falta. Sale lo de las tortillas”, explica con una sonrisa serena.
Su jornada inicia a las cinco de la tarde y se extiende hasta las diez de la noche, aunque reconoce que en los días más complicados la venta apenas da para lo básico. “Nos la hemos visto dura, pero aquí seguimos”, afirma.
Aunque no vive en Alturas del Sur, sino en la colonia Miguel de la Madrid, para muchos vecinos ya es parte de la vida cotidiana del fraccionamiento.
Su esquina es punto de reunión, de paso obligado, de esos lugares que, sin hacer ruido, le dan identidad a la colonia.
Agradecida por la bondad de la gente de Alturas del Sur
“De perdida aquí sale poquito”, repite, agradecida porque aún en los días flojos, alguien siempre llega a pedir un esquite con chile, limón y queso, o un tamal calientito para la cena.
Historias como la de doña Kitty recuerdan que, detrás de cada antojo callejero, hay familias que resisten y trabajan con dignidad.
Porque en cada vasito de esquite que sirve, hay mucho más que maíz: está el esfuerzo de años y la esperanza de un mejor mañana. Como dice el dice doña Cristina, a falta de recursos, sobra el ingenio. Y Kitty es prueba de que con trabajo y voluntad, se puede salir adelante.