La maestra Dulce María Muy Rangel, veterinaria y docente del Cecyte en Loma de Rodriguera, inspira a jóvenes a transformar su futuro a través de la ciencia
Por: Francisco Castro
La vida de la maestra Dulce María Muy Rangel, orgullo de la colonia Tierra Blanca en Culiacán, parece trazada con la disciplina de la ciencia y la pasión por la enseñanza.
Veterinaria zootecnista de profesión, docente por vocación y coordinadora de proyectos de ciencias estatales del Colegio de Estudios Científicos y Tecnológicos del Estado de Sinaloa (CECyTE), la maestra Muy ha dedicado tres décadas a sembrar en sus estudiantes el amor por la investigación y la confianza en su propio talento.
Actualmente, desde el plantel de Loma de Rodriguera impulsa a decenas de jóvenes a soñar con ser científicos, médicos o ingenieros, y a trabajar con disciplina para lograrlo.
Una inspiración familiar
Nacida en Culiacán en 1970, la doctora Dulce María creció en una familia donde la ciencia y la disciplina eran parte del día a día. Sus hermanas mayores, químicas e ingenieras bioquímicas, fueron el espejo en el que decidió mirarse.
Aunque su deseo inicial era estudiar medicina, no pudo ser, la enfermedad de su padre la llevó a optar por la carrera de Medicina Veterinaria y Zootecnia. Fue ahí, en los proyectos modulares de la universidad, donde descubrió su fascinación por la investigación.
“Siempre quise ser como mis hermanas mayores. La ciencia estaba en casa y yo quería seguir ese camino. En la carrera entendí que los proyectos eran la forma de darle sentido a lo aprendido”, recuerda en entrevista para Tus Buenas Noticias.
Entre ranchos, laboratorios y aulas
Antes de llegar a las aulas, de joven recorrió un camino intenso en el sector privado. Trabajó en ranchos de la familia Domecq en el Estado de México, donde perfeccionó técnicas de inseminación y ganó reconocimiento nacional por sus habilidades.
Más tarde, se integró a la industria cárnica en Sinaloa, certificando productos y asegurando estándares de calidad para empresas que exportaban carne a todo el país.
Pero la docencia la alcanzó casi de manera fortuita. Invitada a dar clases de biología en una preparatoria del Estado de México, pronto descubrió que su verdadera vocación estaba en el aula.
Ahí participó en su primer concurso nacional de ciencia con un proyecto de tortillas enriquecidas con fibra de nopal, y ganó. “Ese fue el momento en que supe que mi destino no estaba en los ranchos, sino con los alumnos”, confiesa.
Tres décadas de vocación
Desde entonces no ha soltado las aulas. En 2019 se integró al CECyTE, primero en Culiacán y después en Loma de Rodriguera, donde encontró un nuevo sentido a su trabajo. Ahí, en una comunidad con grandes retos sociales, decidió apostarle al talento de jóvenes que muchas veces llegan etiquetados o subestimados.
“Loma tiene que salir adelante”, se repite a sí misma. Y con esa convicción impulsó a un grupo de estudiantes que, en 2023, ganaron el primer Concurso Nacional de Creatividad para el CECyTE con un proyecto de papel orgánico hecho a base de cáscara de ajo.
Fue la primera vez que ese plantel se alzó con un triunfo de tal magnitud, y para Dulce María, el proyecto más significativo de su carrera.
La ciencia como herramienta de transformación
Más allá de los reconocimientos, lo que la maestra busca es transformar vidas. Sabe que muchos de sus alumnos vienen de contextos difíciles, donde la ciencia parece algo lejana. Por eso, insiste en que lo primero es que se la crean.
“El valor más importante que intento inculcar es que confíen en ellos mismos. Si se la creen, pueden hablar ante un juez, pueden estar en un laboratorio, pueden ganar un concurso nacional. Lo fundamental es que nunca se dejen etiquetar”.
Este mensaje ha dado frutos. Varios de sus estudiantes han logrado ingresar a carreras como Medicina, Mecatrónica o Química, y otros han obtenido becas para estudiar en el extranjero. “Los papás me agradecen porque ven que sus hijos ahora sí creen en sí mismos y tienen un proyecto de vida”, afirma.
Retos y aprendizajes
La trayectoria de Dulce María no ha sido sencilla. Como mujer veterinaria enfrentó el machismo en un sector dominado por hombres. En Sinaloa, recuerda, le cerraron las puertas en ranchos donde buscaba ejercer sus conocimientos.
“Llegaba con mis instrumentos lista para trabajar, pero me decían que buscaban un veterinario, no una veterinaria”, cuenta. Esa experiencia, lejos de desanimarla, la impulsó a abrirse camino en otros espacios.
Hoy, tras 30 años de docencia, asegura que su mayor aprendizaje es que los maestros deben “ponerse la camiseta” y dar un extra por sus estudiantes. “Un buen profesor puede hundir o sacar adelante a un joven. La diferencia está en inspirar, en hacerles sentir que son capaces de más”, dice con convicción.
Familia y sueños pendientes
Su motor ha sido siempre su familia. Hija de un padre de ascendencia china y de una madre sinaloense que la impulsó a estudiar pese a las dificultades, Dulce María reconoce que el ejemplo de ambos la marcó profundamente.
Ahora, son sus dos hijos quienes le dan fuerza: un joven músico de 20 años y una adolescente de 14 con vocación científica, a quien describe como “una pequeña Dulce reencarnada”.
Entre sus sueños profesionales está consolidar su base laboral en el CECyTE de Loma de Rodriguera y jubilarse ahí, acompañando a generaciones de jóvenes que buscan en la ciencia una oportunidad.
Una huella imborrable
Cuando se le pregunta qué legado quiere dejar, la respuesta es clara:
“Quiero que mis alumnos recuerden que la felicidad depende de creer en uno mismo. Que los problemas familiares se quedan en casa, y que ellos tienen la capacidad de construir su propio futuro”.
La maestra Dulce María Muy Rangel representa esa figura que todavía inspira respeto y admiración en las comunidades: la del maestro que transforma vidas.