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Margarita Torres trajo de Durango las ganas de ayudar y educar

Desde 1969 llegó a Villa Juárez y encontró placer enseñando a tejer y preparar panes, pizzas y guisos; es cultora de belleza y danzante.

1 septiembre, 2022
Margarita Torres trajo de Durango las ganas de ayudar y educar

Margarita Torres, tenía 17 años cuando llegó a Villa Juárez en 1969. Las noticias que se oían en la radio era la llegada del hombre a la luna. Estaba ella dejando la comunidad de El Charco Azul, junto a Los huertos de manzana de Canatlán, Durango, y de pronto su llegada a Villa Juárez era para trabajar en los huertos de tomate, en medio de un calorón.

“Nomás trabajé un año en las hortalizas, porque no me gustó el trabajo duro del campo. Mejor me casé”, dice entre risas. Es que Gustavo Hernández le robó el corazón, le dijo que un día a su lado tendría muchas tierras. Era albañil, pero también construía sueños. En pocos años se convirtió en líder agrario, y en los tiempos de Gambino Heredia ganaron en la lucha más de mil 300 hectáreas de tierra, con las que formaron el ejido Diego Valadez, junto a la laguna de Chiricahueto. Le cumplió.

Margarita Torres Solís nunca perdió el piso, su lucha y su pasión ha sido ayudar a la gente más necesitada. En el ejido la han afectado con despojos y traiciones, pero su convicción es el servicio. Así lo demuestra cada día ayudando a grupos de personas vulnerables de Villa Juárez, donde le gusta vivir.

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Es que Margarita es un laboratorio de amor. Ahí en el centro de Villa Juárez, todos los días tocan su puerta personas en condición de calle, saben que ella les guarda pan, pizza o guisos, y a veces les regala ropa o calzado. “Porque son gentes solas, oiga, dañadas, quizá ni saben sus familiares que aquí están en esa condición. Duele el alma, esos muchachos tienen una madre, una hermana que se preocupa por ellos”, afirma con un dejo de pesar.

Durante la entrevista, de repente llega una muchachita a pedirle una brocha. Con amabilidad le dice que pase a escogerla. Es que en su casa tiene un modesto salón de belleza con el que se gana la vida, afirma que fue la primera cultora de belleza en Villa Juárez, graduada en academia. Pero la buscan por muchos motivos.

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La encontramos frente a su casa, bajo el tejabán de lámina galvanizada. Y ahí, sobre una mesita “tembeleque” acomodaba sus bolsos tejidos con estambre y anillas de latas de aluminio. “Es una técnica nueva que les voy a enseñar a las mujeres de la tercera edad”, afirma con entusiasmo, mientras se acomoda entre las piernas una servilleta de flores amarillas con unas puntadas contrarias de color morado que está tejiendo. “Aquí me la paso inventando tejidos para enseñar a otras. Esto me hace sentir bien”.

Pero lo que le da mucho contentamiento es la preparación de platillos típicos de Durango. Le encanta hacer lo que llama las “gorditas tepehuanas”. Mientras existió el corredor gastronómico de Villa Juárez tenía el comal a todo calor. Y ahí ponía a cocer las ricas tortillitas de maíz que luego de inflamarse partía para rellenar de suculentos guisos. Hace gorditas de chicharrón en salsa verde, en salsa roja, de carne deshebrada, de frijoles puercos y de rajas de chile con queso.

Afirma que dentro de poco tendrá su propia cocina económica para vender, y las gorditas serán parte de su menú. De las comidas que preparan en El Charco Azul, Durango, le gustan: los chiles rellenos, el caldillo con chile, y unos “Burrotes”, como les llama a sus tacos gigantes de 3 guisos.

Su casa es un templo del aprendizaje, ahí con calidez invita a sus amigas de la tercera edad y a grupos de jóvenes para enseñarles a preparar distintos platillos, “para que pongan sus negocios, porque en Villa Juárez se vende todo, sólo el que no quiere no gana”, según su experiencia.

Con un horno de barro que tiene en el patio recibe grupos para enseñarles a hacer: pan casero, pan piza, pan relleno y pizzas. Agradece el apoyo que le ofreció para el horno al exalcalde Eleazar Gutiérrez, porque con eso le permitió hacer de su casa un centro educativo. Mientras el olor de pan se desparrama por el vecindario, está pensando en “pedir apoyo para hacer un tejabán, para que las señoras no amasen el pan en el sol”.

Hace 7 años Margarita perdió a su esposo, fue un duro golpe para su hogar, pero lo que la llevó al borde de la muerte fue también el pesar por el fallecimiento de su hija Verónica, hace pocos meses. Tras muchos días de hospitalización, un día se levantó con el dolor a cuestas para volver a empezar. Le sobreviven: Narda, Martín, Margarita, y Javier Tomás, casi todos profesionistas, formados con la venta de gorditas.

Desde hace algunos años Margarita Torres Solís es danzante de bailes de grupos indígenas, pertenece al “Grupo de Danza Flor de Piña”. Cada día se llena de voluntad para atender también a un grupo de personas que acuden a su casa para aprender los bailables.

Ahí mismo enseña a tejer, y enseña sobre herbolaria, pues también vende plantas medicinales. Es una colaboradora social, nadie le paga, pero ahí encuentra felicidad.

De su propia experiencia, comenta que en Villa Juárez hacen falta centros de apoyo que le devuelvan la vida a las personas de la tercera edad. “Hay tantas cosas bonitas que hacer”.

Margarita Torres Solís es una mujer de bondad, su actitud es el servicio, su legado es la enseñanza. Tiene profundos recuerdos del Charco Azul, Durango. Dejó las manzanas de Canatlán para quedarse en tierra de Tomates. Villa Juárez es su casa, la región de gente buena que le da mejores motivos para vivir.

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