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Don Luis y el vivero Flor de Dalia: 30 años cultivando vida con pasión y sabiduría en Culiacán

Con amabilidad y conocimiento sobre las plantas, don Luis Urquídez atiende su vivero Flor de Dalia a orillas de la carretera a Imala, un oasis verde que florece en el corazón de Culiacán

16 junio, 2025
El vivero Flor de Dalia, atendido personalmente por don Luis Gabriel, se encuentra por la carretera a Imala, a la altura del residencial Maralago y unos metros antes del acceso al Instituto Chapultepec Norte. | Imágenes de Lino Ceballos
El vivero Flor de Dalia, atendido personalmente por don Luis Gabriel, se encuentra por la carretera a Imala, a la altura del residencial Maralago y unos metros antes del acceso al Instituto Chapultepec Norte. | Imágenes de Lino Ceballos

En un rincón soleado al borde de la carretera a Imala, donde alguna vez solo se extendía tierra baldía, hoy crecen en armonía buganvilias, palmas, hierbas de olor y árboles frutales. 

Ahí, justo frente al residencial Maralago, se encuentra el Vivero Flor de Dalia, un oasis verde que durante más de una década ha sido el refugio de plantas… y del alma de don Luis Gabriel Urquídez Acosta.

El vivero Flor de Dalia, ubicado por la carretera a Imala, frente al residencial Maralago, ofrece mucho más que plantas: ofrece recuerdos, rituales y emociones.
El vivero Flor de Dalia, ubicado por la carretera a Imala, frente al residencial Maralago, ofrece mucho más que plantas: ofrece recuerdos, rituales y emociones.

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Con más de 30 años de experiencia en la jardinería y el comercio de plantas de ornato, don Luis —como le conocen con cariño en Culiacán— ha presenciado la transformación urbana del nororiente de la ciudad.



También ha sembrado en cada rincón donde ha trabajado una filosofía de vida basada en la paciencia, el aprendizaje constante y el poder sanador de las plantas.

Semillas del pasado

“Empezamos allá por el rumbo de Barrancos Uno”, rememora con voz pausada y mirada nostálgica para Tus Buenas Noticias.

Desde aquel primer local compartido con una socia —él vendía macetas, ella plantas— hasta su traslado frente al Soriana Zapata cuando todavía era una bodega arrocera, la historia de don Luis es la de un vendedor ambulante convertido en pilar del paisajismo popular en la capital sinaloense.

Luego vendría su etapa más larga: 17 años frente al Costco, por el bulevar Pedro Infante. Fue ahí donde consolidó clientela, identidad y un profundo amor por su oficio.

"Ahí fue cuando me establecí por más tiempo", comenta con orgullo. Sin embargo, los cambios urbanos lo empujaron de nuevo a moverse. La modernización vial —túneles, puentes y más— lo llevó a su ubicación actual, donde hace 12 años decidió echar raíces.


En el vivero de don Luis, su clientela no solo compra plantas, adquiere una forma distinta de ver el mundo a través de ellas.
En el vivero de don Luis, su clientela no solo compra plantas, adquiere una forma distinta de ver el mundo a través de ellas.

Una visión de futuro sembrada en tierra

La zona donde ahora florece Flor de Dalia no siempre fue tan transitada ni tan prometedora. Cuando don Luis llegó, solo existía el fraccionamiento Los Ángeles. El resto era una mezcla de brecha, silencio y promesas a largo plazo.

Fue gracias al consejo de una prima, maestra de profesión, que se animó a ver más allá: “Tente paciencia, este sector va a crecer”, le dijo. Y tenía razón.



Con la llegada del Colegio Chapultepec, el desarrollo del corredor a Imala y la apertura de nuevos fraccionamientos, la circulación de personas aumentó y, poco a poco, las plantas comenzaron a venderse más.

Jardinería: arte, ciencia y medicina

Para don Luis, la jardinería no es simplemente un oficio, sino una forma de sanar. La pandemia, paradójicamente, fue uno de sus momentos de mayor auge. “Mucha gente se encerró, y como no podían salir, empezaron a arreglar sus casas”, cuenta. 

Pintores, herreros, albañiles… todos encontraron consuelo en sembrar, en ver crecer algo. Y eso se tradujo en una explosión de demanda por plantas, tierra preparada, fertilizantes y macetas de barro.

“La planta tiene un poder que mucha gente no entiende hasta que lo vive: te calma, te enseña a esperar, te obliga a cuidar”, reflexiona. Esa es la filosofía con la que ha guiado su negocio: vender no solo objetos decorativos, sino pedacitos de naturaleza que transforman espacios y estados de ánimo.


Don Luis y el vivero Flor de Dalia: 30 años cultivando vida con pasión y sabiduría en Culiacán


La herencia continua

Hoy, el brazo derecho de don Luis es su hijo, quien atiende un punto de venta en otro sector de la ciudad. Aunque su cuerpo acusa los años de trabajo bajo el sol y entre tierra, don Luis sigue al pie del vivero.

Más allá de vender, su negocio se ha convertido en un punto de referencia. Clientes antiguos, de esos que solo vienen una o dos veces al año, regresan porque confían en su experiencia, en sus precios justos y en la calidez con que atiende.

El calendario de las flores

El negocio, como todo lo vivo, tiene ciclos. “Octubre a diciembre es la temporada alta”, explica. Las ventas inician con el Día de Muertos, donde las flores tradicionales marcan el pulso del mes. Luego vienen las petunias, margaritas y pensamientos, antes de cerrar el año con la reina de la temporada: la Nochebuena.

Enero, por supuesto, es cuesta. Febrero tiene su breve repunte con el Día del Amor y la Amistad. Mayo resucita las ventas con el Día de las Madres. Cada fecha es una oportunidad para acercar a las personas con la naturaleza y entre ellas mismas.

Don Luis y el vivero Flor de Dalia: 30 años cultivando vida con pasión y sabiduría en Culiacán

Un futuro incierto, pero verde

Los últimos meses han sido tranquilos. El ritmo ha bajado. “Ya no es como el año pasado”, reconoce don Luis. Pero no se deja vencer por el pesimismo. Sabe que cada ciclo tiene su pausa, y que, como las estaciones, volverá el tiempo de florecer. “No hay que flaquear”, sentencia con serenidad.

En cada maceta que entrega, en cada consejo sobre abono o riego, va también un pedazo de sí mismo. Don Luis no ha sido solo testigo del crecimiento de Culiacán: ha sido parte de este, sembrando belleza donde otros solo vieron tierra sin futuro.

Su historia no es solo la de un vivero. Es la de un hombre que entendió que, con paciencia, amor por la naturaleza y terquedad bien dirigida, se puede transformar cualquier espacio —y cualquier vida— en un jardín.




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