“Después de la golpiza sentí que estaba muerto”: la historia de Fausto y su lucha contra las adicciones
Joven mazatleco pasa por 18 centros de rehabilitación sin cambiar su plan de adicciones, cuando lo logra ya ha perdido mucho

“Pensé que estaba muerto. Creí que ya no volvería a ver la luz del sol.” La voz de Fausto Alberto Cabanillas Estrada tiembla por momentos, pero no se quiebra. A sus 27 años, el joven mazatleco ha vivido más vidas que muchos: algunas al borde de la muerte, otras sin esperanza, y apenas ahora, una en la que lucha por volver a empezar.
En su testimonio para el podcast ¿No pasa nada?, Fausto relata un descenso largo y brutal a los infiernos del alcohol, la droga, la calle, la violencia y el abandono, pero también habla —con dolor, pero con claridad— de su voluntad por encontrar un nuevo rumbo. Su historia es la de muchos, pero pocas veces se cuenta con esta honestidad.
Un sueño en la infancia: ser chef
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Antes de la tormenta, hubo una infancia marcada por sueños y héroes familiares. “Soñaba con ser chef. Me gustaba la cocina. Veía a mi papá como un superhéroe, el hombre que mantenía el hogar”, recuerda.
Pero la armonía familiar empezó a resquebrajarse con el paso del tiempo. Golpes, maltratos, discusiones. A los 15 años, Fausto ya había probado el alcohol y el cigarro. No tardó en llegar la marihuana.
“Fue un diciembre. Iba a comprar ropa para Navidad. Un conocido me llamó desde el parque y me ofreció. Al principio dije que no, pero terminé fumando.”
Y así empezó una espiral de consumo, malas compañías y decisiones equivocadas. Según la International Society of Substance Use Professionals (ISSUP), un joven con amistades que consumen drogas tiene hasta 15 veces más probabilidades de usarlas también. Fausto es prueba viviente de esa estadística.
El primer intento de rehabilitación
A los 18 años, su familia lo internó en una clínica contra las adicciones en Tepic, Nayarit.
“Ahí me di cuenta de que la calle no era lo correcto. Que había esperanza. Pero al salir, volví a lo mismo. Y peor.”
Esa recaída lo llevó a involucrarse en el tráfico de drogas entre Mazatlán a Nogales. “Me fue mal, me golpearon, me dieron por muerto.” Fue entonces cuando, por primera vez, sintió que quizá no saldría vivo.
Pero sobrevivió. Volver a ver a sus padres fue un “milagro”, dice. Sin embargo, pronto traicionó su confianza y regresó al mundo de las drogas. Fue entonces cuando la tragedia tocó aún más cerca: su madre sufrió un paro cardiaco mientras él seguía en la calle.
“Se cansan. Los papás se cansan”, reconoce con amargura.
Siete años de sombras
Durante los siguientes siete años, su vida se convirtió en un ciclo infernal. Consumo, robo, violencia. Fue internado 18 veces en centros de rehabilitación. “Entraba y salía, hacía lo mismo o peor. Robaba, golpeaba, usaba cuchillos. La sangre corriendo. No es grato. Me arrepiento de todo eso.”
Entre las sustancias que consumía estaban marihuana, alcohol y psicotrópicos, las temidas "pingas", que lo empujaban a actos que jamás imaginó: robar, agredir, incluso herir a personas inocentes. “Lo peor que he vivido son dos cosas: pensar que estoy muerto… y perder a mi familia.”
Se casó, tuvo una hija. “Tuve una familia y la perdí por las drogas.” Hoy, su hija no vive con él. Su esposa se alejó por seguridad. “Eso fue morirme en vida.”
El hambre, el desprecio y la calle
Hubo un tiempo en que no tenía dónde dormir, ni qué comer. “Viviendo en la calle, no tienes aspecto para pedir trabajo. O comes o te drogas. Y un adicto siempre prefiere drogarse.” La marginación social y el estigma de ser adicto lo empujaban aún más al abismo.
“No se imaginan lo que es estar sucio, sin fuerza, pidiendo una moneda para una dosis. Las calles tienen muchas cosas que la gente ‘normal’ no entiende. Pero nosotros no somos el problema, somos el síntoma de algo más grande.”
Las heridas que no se ven
Además del dolor físico, las cicatrices mentales siguen ahí. “Dañarte a ti mismo es algo que no tiene perdón. Porque el tiempo cobra factura. Puedes quedar mal, que tu mente falle. Yo vi morir a muchos amigos, otros quedaron locos, y otros siguen ahí, perdidos.”
El Instituto Internacional de Estudios en Seguridad Global indica que el consumo de drogas se vincula fuertemente con la delincuencia: se delinque para obtenerlas o se cometen crímenes bajo sus efectos. Fausto vivió ambos extremos.
Una advertencia para los jóvenes
Hoy, tras años de altibajos, Fausto intenta reconstruir su vida. Su testimonio no busca lástima. Busca prevenir.
“No desperdicien su tiempo regalándoselo a personas que no lo merecen. En el mundo de la adicción hay muchos que dicen ser tus amigos, pero solo quieren verte mal.”
A las y los jóvenes les lanza una advertencia clara: las amistades, sobre todo en la adolescencia, pueden moldear tu vida. “Yo solo quería encajar, sentirme parte de algo. Pero terminé perdiéndolo todo.”
¿Hay esperanza?
Cuando se le pregunta si aún cree que puede cambiar, Fausto no duda. “Sí, pero no es fácil. Lo hago por mí, por mis padres, por mi hija. No quiero volver a morirme en vida.”
Su historia es brutal, conmovedora, incómoda. Pero también es necesaria. Porque como él mismo dice, “la esperanza sí existe, pero primero tienes que tocar fondo. Y yo lo toqué muchas veces”. También tu crees que ¿no pasa nada?.