
En esta edición hablamos de:
Inteligencia Emocional
DIFIERO… AL CONOCIMIENTO SE LLEGA MEDIANTE EL CUESTIONAMIENTO
INTELIGENCIA EMOCIONAL, ¿NATURALEZA O APRENDIZAJE?

@mca.cordova.98
Hace unos días estaba revisando en internet sobre experiencias de procesos de reclutamiento de empleados en las diferentes empresas; me di cuenta de que ha cambiado bastante de unos años para acá; antes, la experiencia y los conocimientos era lo que se consideraba a la hora de tomar la decisión de incorporar a alguien en una empresa, ahora se ha metido mucho el tema emocional; existen muchas herramientas —como cuestionarios— que miden cómo reacciona la persona ante determinadas circunstancias; ese tema en particular me llamó la atención y quise investigarlo.
La inteligencia emocional, concepto popularizado en los años noventa por Daniel Goleman, refleja nuestra capacidad para adaptarnos al entorno reconociendo lo que sentimos. Una cosa es comprender lo que ocurre a nuestro alrededor desde una perspectiva lógico-matemática (esta es la más común y la tenemos por impulso), donde le damos valor a algo comparándolo con otro, donde normalmente estos juicios vienen de experiencias pasadas y, de ahí, tomamos decisiones; Y otra, es la noción de introducir las emociones en nuestro actuar, definir la capacidad de entendernos a nosotros mismos y a los demás. Somos humanos y siempre estamos relacionados con alguien, por lo que nuestra parte emocional expresa nuestros estados internos de diversas maneras y nos hace capaces de conectar con ellos; no tomar en cuenta esta información es deshumanizar nuestro razonamiento, y perder el foco de vivir como un ser social conforme y aspirando a lograr objetivos a mediano y largo plazo, más allá de lo que son nuestros impulsos.
La inteligencia emocional atiende básicamente a tres horizontes, todos tienen que ver con cómo me relaciono con lo que siento respecto de determinada situación real o imaginaria, o bien cómo me relaciono con lo que siento respecto de los demás, y la tercera es cómo me relaciono con lo que siento con respecto a mí; estas reacciones podemos irlas construyendo, de eso se trata, de trabajar mentalmente sobre la manera en cómo podemos influir de un modo adaptativo e inteligente tanto sobre nuestras emociones como en nuestra interpretación de los estados emocionales de los demás.
Hay una frase del mismo Goleman que creo que define mucho: "En un sentido muy real, todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental", es un ejercicio muy valioso intentar conocernos, y es un trabajo permanente que nos brinda tranquilidad.
En pocas palabras, Mario opina que:
“La inteligencia emocional es la habilidad de reconocer y comprender nuestras propias emociones.”
ATISBOS DE CONCIENCIA
INTELIGENCIA EMOCIONAL, UN INDICADOR DE NUESTRO POTENCIAL PARA CONSTRUIRNOS EL BIENESTAR

@normacamposmx
Toca ahora hablar de la inteligencia emocional como un recurso para el bienestar. Y es que la inteligencia emocional comprende habilidades fundamentales como nuestra capacidad para percibir, comprender, gestionar y regular nuestras emociones y las de los demás. De esta manera, desarrollar la inteligencia emocional es fundamento no solo para temas de éxito profesional, liderazgo y calidad de las relaciones, sino que es un tema de salud integral. ¿Por qué? Porque algunas emociones y nuestra incapacidad de expresarlas o regularlas, o ciertas situaciones que no sabemos manejar, conducen a la generación de cortisol, la hormona del estrés, y de neurotransmisores que afectan el buen funcionamiento de nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu. Así pues, la inteligencia emocional es al mismo tiempo un indicador de nuestro potencial para tener bienestar.
Quiero mencionar unos cuantos indicadores de una baja inteligencia emocional que considero de gran valor para atender, como una hoja de ruta de trabajo personal:
- Dificultad para establecer límites sanos.
- Decir sí cuando se desea decir que no.
- Evitar el conflicto y no confrontar.
- Explosiones frecuentes de ira (manejo inadecuado del coraje).
- Represión de las emociones.
- No reconocer ni saber expresar sentimientos, necesidades o deseos propios.
- Sentir culpa de manera recurrente y permanente.
- No tener empatía hacia los demás.
- Victimizarse por sus circunstancias y falta de autorresponsabilidad.
Y la lista sigue y sigue.
Personas con un elevado coeficiente de inteligencia emocional saben, por ejemplo, establecer límites sanos. Esto requiere un reconocimiento de las necesidades y deseos propios, y saberse valiosos como personas y merecedores de respeto de parte de los demás. Dicen que no cuando quieren decir que no. Comprenden que sus necesidades cuentan y no actúan según los sentimientos de los demás, porque saben que cada persona es responsable de cómo se siente y que ellas no son responsables de cómo se sientan. Cuando tienen una emoción que los sobrepasa, pueden distinguir entre lo que lo provocó y lo que es propio y no corresponde al otro, es decir, asumen la responsabilidad de su reacción y pueden detenerla y regularse.
La inteligencia emocional no es innata. Se desarrolla; y desarrollarla es una tarea obligada para la salud y el bienestar personal. Y es algo que muchas veces solo requiere consciencia y voluntad, aunque siempre será bueno un acompañamiento transitorio. Y, como un conjunto de habilidades, conviene practicarlas.
En pocas palabras, Norma opina que:
“La inteligencia emocional no es algo con lo que nacemos. La desarrollamos. Y no hay motivador más grande para desarrollarla que nuestro bienestar integral.”
CREER PARA VER
SENTIRLO TODO NO ES LO MISMO QUE SABER SENTIRLO

@kushep
En mi experiencia de más de 20 años en el ámbito de la creatividad y el diseño, me ha tocado conocer y trabajar con todo tipo de perfiles. Desde perfiles muy apasionados que lo sienten todo y lo expresan al mil por ciento hasta otros más introvertidos pero igual de sensibles, que pueden guardarse muchos sentimientos y no lograr gestionarlos. Y si hay algo que he notado a lo largo de este tiempo, es que la mayoría de nosotros (los creativos) sentimos muuucho... pero no siempre sabemos qué hacer con todo eso que sentimos.
Esa sensibilidad nos sirve para crear ideas, conceptos, campañas, logotipos, ilustraciones, lo que sea. Pero la cosa se complica cuando nos toca recibir una crítica, apurarnos con los tiempos, o simplemente cuando estamos cargando algo personal y no nos gusta cómo nos habló el compañero y todo se nos destantea. A veces, un mal momento puede echar abajo el día completo.
Personalmente me tomó muchos años entender que la sensibilidad no es sinónimo de inteligencia emocional. Sentirlo todo no significa que estés gestionando bien esas emociones. A veces es necesario, es lo que a mí me conecta para sentirme más vivo, pero sé que si no aprendo a manejar lo que siento, siempre terminaré agotado o inclusive hasta enojado.
Platicando sobre este tema con uno de los diseñadores, hace tiempo, me contó que estaba leyendo un libro de Daniel Goleman que se llama La inteligencia emocional. Por qué es más importante que el cociente intelectual. Me decía que para él era difícil no engancharse con sus tareas en la agencia y las relaciones con los demás colaboradores, pero que, sin duda, en cualquier equipo creativo, deberíamos trabajar esta parte si queríamos que la comunicación realmente fluyera sin problemas.
En este libro, Goleman habla de cinco pilares: autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales. Cada uno de ellos es clave cuando estás metido en procesos creativos donde el ego, el caos y la sensibilidad conviven todo el día. Porque sí, tener buenas ideas importa. Pero saber trabajar con otros, sostenerte emocionalmente cuando el proyecto no camina, aprender a recibir un “no” sin desanimarte, o saber cuándo parar para no descontrolarte... eso también es parte del trabajo, y un trabajo nada fácil, pero que, como todo, con constancia y actitud, se puede lograr.
Las emociones son datos, no instrucciones. Si nos creemos todo lo que sentimos al pie de la letra, perdemos perspectiva. Pero si usamos eso que sentimos como información, como un dato que nos ayuda a entendernos mejor, es justo ahí en ese punto donde podemos crecer.
Te comparto algunos de los tips que yo utilizo para cultivar esta inteligencia emocional:
- Busco ponerle nombre a lo que siento antes de actuar.
- Sé que debo aprender a escuchar más y reaccionar menos.
- Ser más empático con mi equipo, pero también conmigo mismo.
- No tomarme todo tan personal.
Y ya para cerrar, sé que todos son ejemplos enfocados en el mundo creativo, pero la verdad es que esto aplica para cualquier persona. Solo que, como ya me conoces, mi forma de escribir por acá siempre parte de mis vivencias personales.
De nuevo, ¡Gracias por estar aquí! ¡Te abrazo!
En pocas palabras Kush opina que:
“Sentirlo todo puede ser un superpoder o una carga. La diferencia está en qué haces con eso que sientes. La inteligencia emocional no viene con el talento, pero sin duda lo sostiene.”
ATREVERSE A IMAGINAR Y APRENDER
SENTIR CON VERDAD: LA INTELIGENCIA EMOCIONAL COMO CAMINO DE LIBERTAD Y VÍNCULO

@avrivas
En un mundo que a menudo premia la velocidad, la reacción inmediata y la eficiencia emocional, detenernos a sentir profundamente es un acto contracultural. Daniel Goleman lo llama inteligencia emocional: la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras emociones y las de los demás. Para mí, más que una habilidad social, es una forma de habitar el alma.
La conciencia emocional es el primer portal. No se trata solo de saber que estás molesta, ansiosa o decepcionada, sino de quedarte el tiempo suficiente con esas emociones para escucharlas antes de responder. Durante la primera edición nos acompañaron con la idea que compartimos: Toda emoción es válida y portadora de una historia que merece ser reconocida. Nombrar lo que sentimos es un acto de memoria sagrada: de lo que nos ha formado, lo que nos ha dolido y lo que aún deseamos.
Este tipo de conciencia no ocurre en automático; requiere valentía, porque implica detenerte justo en el momento en que el cuerpo te pide gritar, huir o cerrar. Requiere preguntarte: ¿Qué siento realmente? Y luego: ¿Qué necesita esta emoción para ser dignamente atendida?
Y es allí donde emerge uno de los regalos más grandes de la inteligencia emocional: el espacio entre el estímulo y la respuesta. Ese pequeño pero poderoso espacio donde dejamos de ser reactivos y comenzamos a ser libres. Como dijo Viktor Frankl y Goleman retoma: "Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad y nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad".
Ese espacio no siempre se abre solo. A veces lo abrimos con respiración, con práctica, con consciencia. Con el simple acto de hacer una pausa antes de hablar. Con el coraje de no ceder a la urgencia del momento. De esta conciencia y espacio nace la empatía: la capacidad de percibir y comprender el mundo emocional del otro sin que eso amenace tu propio sentido del yo. La empatía no requiere que estés de acuerdo, solo que te importe. No que cargues con el dolor del otro, sino que no lo ignores. Una forma de acompañar sin absorber.
Cuando comenzamos a integrar la inteligencia emocional, nuestras relaciones cambian. No porque se vuelvan perfectas, sino porque nos volvemos más presentes. Nos volvemos capaces de nombrar nuestros límites sin castigar. De pedir sin manipular. De escuchar sin necesidad de tener razón. Y lo más importante: dejamos de reaccionar desde viejas heridas, y empezamos a responder desde nuevas decisiones, desde otro lugar dentro de nosotros.
Amar con inteligencia emocional no significa no enojarse. Significa que cuando te enojas, puedes reconocer el dolor debajo. Que cuando el otro se cierra, puedes intuir su miedo antes de asumir desinterés. Que cuando algo se rompe, puedes tomar el tiempo para responder desde lo que quieres construir, no solo desde lo que quieres evitar.
Este no es un camino rápido, ni sencillo. Pero sin duda puede ser sagrado.
Porque al final, la inteligencia emocional no solo mejora nuestras relaciones; nos devuelve a nosotros mismos, a nuestra capacidad de elegir, de sentir con profundidad, de cuidar sin fundirnos, de conectar sin anularnos; nos recuerda que somos más que nuestras reacciones, que somos capaces de crear espacios de encuentro reales, que podemos ser suaves y fuertes a la vez, y eso es algo cercano a lo divino, ¿a poco no?
En pocas palabras, Andrea opina que:
“Cuando comenzamos a integrar la inteligencia emocional en nuestra existencia, nuestras relaciones cambian; no porque se vuelvan perfectas, sino porque nos volvemos más presentes.”

Casado, papá de 2 hijos.
Empresario, abogado y filántropo; escritor y conferencista acerca de temas de liderazgo y actitud positiva.

Casada, 4 hijos, 8 nietos.
Terapeuta, diseñadora e instructora de cursos. Conferencista y asesora personal en temas de vida.

Lic. en Diseño Industrial.
Esposo y papá de 2 niñas.
Creativo y empresario con más de 20 años de experiencia creando marcas.

Mamá de Andrés.
Apasionada por la Educación para transformar personas y propulsora de la equidad de género.