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Junto con sus atarrayas, Agustín teje sueños de progreso

A sus 70 años, sale todas las mañanas al boulevard Las Torres a vender la obra de sus manos.

12 septiembre, 2022
Junto con sus atarrayas, Agustín teje sueños de progreso

Para Agustín Valenzuela González salir cada mañana de su casa llevando consigo los materiales necesarios para trabajar, es una motivación para enfrentar la vida.

A sus 70 años, el vecino de Barrancos lleva consigo el deseo de progreso y a su vez, va tejiendo la satisfacción de ser el proveedor de su hogar.

Don Agustín, asegura que desde hace seis años la vida le cambió. Sus hijos decidieron traerlo a vivir a Barrancos junto con su querida Martha Elena, dejando atrás toda una vida en el rancho.

“Hace seis años que vivo aquí en Barrancos. Mis hijos me trajeron del rancho allá en Villamoros, ahora estamos aquí con una hija y gracias a Dios estamos muy bien”, dice con una voz apacible.

“El niño Guaymitas”, con el apodo que lo conocen en los campos pesqueros, recuerda que desde muy jovencito siguió los pasos de su padre, quien lo llevó en su aventura hacia el mar.

“Yo he sido pescador de toda mi vida. A los 16 años me metí al mar, porque era donde se ganaba dinero. En el rancho donde vivíamos, no ganaba uno más que el diario y en el mar uno ganaba lo que quería”, dice reconociendo su interés por obtener una mejor vida.

Durante su niñez, Agustín fue testigo fiel de la manera en la que su padre se ganaba la vida, lo veía atando nudos y haciendo amarres para formar las atarrayas que luego utilizaría en el inmenso mar.

“Desde que era niño hice mi primera atarraya. Tenía como 8 o 9 años cuando la hice. Un día le dije a mi papá que yo quería hacer una, y luego fuimos a Navolato y compramos hilo y me dijo, “ahí está mijo”, y me puse. Él nomás me veía y al final me la “relingó” y le puso el plomo”, así fue como Agustín descubrió que tenía esa habilidad para hacer las artes de pesca.

Durante más de 5 décadas como trabajador del mar, Agustín obtuvo sus satisfacciones.

“Como pescador estuve más de 50 años y vivía muy bien. De ahí saque para darle estudio a mis cinco hijos. Hoy todos son profesionistas. Yo quería seguir en el mar. Mis hijos me decían que ya dejara eso, y les dije que apenas enfermo me iban a traer a Culiacán. Me enfermé y me trajeron”, dice entre risas.

A pesar que Agustín ya no sale a tirar la atarraya, ni saca peces del agua, en cierta manera continúa con ese oficio.

Ahora, dedica sus días a tejer con el sutil movimiento de sus manos. Debajo de un árbol al que llama acacia y en medio del camellón. Agustín ve pasar las horas mientras ocupa su mente y a la vez espera ver llegar a sus clientes.

“Para mí, no es difícil hacer la atarraya. A como yo quiera las hago. Ocupo fardos, puro material de polietileno y plomo. La verdad sí me gustaría seguir haciendo mis atarrayas hasta que el brazo me aguante. Aquí me la llevo despacito”, dice mientras asegura que es muy rápido y que solo necesita dos días para tenerla armada.

“El niño Guaymitas” dice que no quiere hacerse rico con la venta de sus aditamentos, que lo único que busca es sacar para el material y seguir haciendo más.

“Las vendo baratas. Estas las tengo en mil 600 pesos. Casi regaladas. Una atarraya de estas no tiene precio. Si yo trabajara con esta atarraya, le sacaba los mil 600 en una marea y me quedaba con ella. Y aun así mucha gente me regatea. Yo quisiera dársela en mil pesos, pero no puedo. Está muy caro el material”, dice con certeza.

Según el experto, estas atarrayas están bien hechas. “Aquí van a encontrar una cosa bien hecha, con su revisa, el paño, los tirantes, la “relinga”, su plomo y la contra atarraya, es una cosa que le va a durar cuando menos cinco años si la saben cuidar”, dice la voz de la experiencia.

Mientras acomoda sus artilugios de elaboración, le viene un recuerdo. Dice que cuando era chamaco, se llevaba por los canales y por el río tirando su atarraya y antes de entrar a clases ya tenía en la mano sus 70 centavos con lo que compraba lo que quería.

Así aprendió que pescando iba a tener la oportunidad de asegurar un ingreso.

Inteligente, decidió dedicarse a la pesca. Hoy los recuerdos quedan, junto con las experiencias adquiridas. Pero sobre todo la satisfacción de haber podido sacar adelante a su familia.

Para don Agustín la vida lo ha llenado de privilegios, salud, trabajo y una familia que no lo deja; es la mayor pesca que puede conseguir.

Con sus temblorosas manos de tanto meter la hebra, y esos lentos movimientos, continúa tejiendo las atarrayas que a otras familias les darán de comer. En el mero corazón de Barrancos, en un mar de asfalto, Agustín teje recuerdos, y los grandes sueños de progreso que se tejen sobre el mar. Él ya cumplió, en un acto de generosidad ahora le cumplen los hijos.

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