En El Castillo, Navolato, el Ulama revive el alma antigua de Navolato
Entre tierra, sudor y orgullo, niñas, niños y adultos reavivan un juego milenario que conecta a Sinaloa con sus raíces más profundas.

En una cancha de tierra, bajo el sol bravo de El Castillo, Navolato, la historia se hace presente a golpes de antebrazo. No hay balones modernos ni tecnología de punta. Lo que hay es gente, tradición, fuerza y memoria.
Un juego ancestral que se niega a morir

El Ulama, ese juego ancestral de los pueblos originarios, ha vuelto a latir con fuerza, y son las manos de hombres, mujeres, niñas y niños las que lo mantienen vivo.
Ahí, en esa comunidad que parece pequeña pero rebosa grandeza cultural, se reunieron equipos de distintos rincones de Sinaloa: Salvador Alvarado, Angostura, Mazatlán y el propio Navolato. Todos llegaron no solo a competir, sino a celebrar que este juego sigue siendo parte de quienes somos.
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"El Ulama no es un deporte como los otros", dijo uno de los jugadores mayores mientras se ajustaba el fajado. "Aquí lo que traes es el espíritu de los antiguos".
Un ritual para honrar el juego que nación hace siglos

La jornada comenzó con una danza prehispánica. No fue una coreografía para la foto: fue un acto de respeto, un ritual para honrar lo que significa este juego que nació hace siglos, mucho antes de que existieran los estadios y los cronómetros.
Después vino la acción. Niños y niñas, hombres y mujeres, se fajaron con fuerza el brazo y enfrentaron a sus rivales con una pelota pesada que no se golpea con el pie, ni con la mano abierta, sino con el antebrazo. El impacto se siente, duele, pero también emociona.
"Cada vez que la pelota rebota, me imagino a mis abuelos jugando igual", dijo una joven de Angostura, que participó en el equipo mixto. "Esto no es solo para ganar, es para no olvidar".
Una gran experiencias para los participantes

La tierra se levantaba con cada jugada. Los gritos de ánimo, las risas, los aplausos de los niños y los adultos del pueblo eran constantes.
Los visitantes no solo fueron espectadores; muchos se acercaron a preguntar, a tocar la pelota, a aprender. Incluso hubo una exhibición para que quienes nunca habían visto el Ulama pudieran conocerlo de cerca.
Pero más allá del torneo, lo importante fue el ambiente: familias enteras conviviendo, comunidades distintas hermanadas por una misma herencia cultural, y la convicción colectiva de que este juego no debe quedarse en los libros, sino seguir vivo en las canchas de tierra.
Para no olvidar de dónde vienen
"El Ulama es parte de nosotros. Si dejamos de jugarlo, dejamos de recordar de dónde venimos", compartió una madre de familia mientras veía a su hijo participar por primera vez.
Este encuentro fue mucho más que un torneo: fue un acto de resistencia cultural, una fiesta en honor a nuestras raíces y una lección para las nuevas generaciones. En El Castillo, el Ulama no es un recuerdo; es presente y futuro.
Y como dicen los mayores del pueblo: "Mientras haya quien le pegue a la pelota, nuestra historia no se acaba".