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Su vida ya era un infierno desde niño y con el cristal empeoró

21 abril, 2022
Su vida ya era un infierno desde niño y con el cristal empeoró

Es complicado creer que los niños sufren y más teniendo la corta edad de 8 años. Pero, ¿qué pasaría con el infante que en esa etapa ve cómo muere su mamá; y al poco tiempo, siendo indefenso es abusado sexualmente por una ‘persona de confianza’? Para Pedro Uriarte fue el comienzo de una vida sin sentido. Creyó que en el cristal encontraría un escape a su sufrimiento, pero sólo cavó un hoyo más profundo. Esta es su historia.

La mayoría de las personas creen que los adictos a las drogas caen en este infierno sin razones suficientes, ya que el individuo ya es consciente del daño que provocan estas sustancias. Pero, cuando un niño ya vive un infierno, ¿cuál es su motivación?

La vida de Pedro Uriarte comenzó desde el mero fondo, según señaló. Para sobrevivir y crecer en armonía, su familia se dedicaba a vender tamales. Sin embargo, esta fotografía se tornó oscura con la drástica muerte de su madre.

Una mujer que en sus últimas horas pensó que sólo servía para estar en la basura, pero para Pedro era otra historia. Al verla vomitar sangre, le dijo que ella servía para hacer tamales y que la quería mucho. Con la playera manchada de sangre y al escuchar la llegada de su padre, salió en búsqueda de ayuda… Y el último gesto de amor que ella logró completar fue limpiar al pequeño Pedro, como un acto de despedida.

Tras la pérdida de la madre, las ilusiones de la familia se perdieron. En la primaria, Pedro comenzó a robar latas de cerveza a su papá, y se las tomaba en “La Tierrita Blanca” para olvidar el dolor que estaba viviendo.

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Acudir a la escuela era doloroso para Pedro, pues al ver que sus amigos se iban tomados de la mano de sus padres, más se enojaba con la vida. Su profesora Esperanza, fue la única persona que se dio cuenta de su problema y haciendo honor a su nombre, le preguntó por qué consumía alcohol o si se drogaba, a lo que Pedro respondió que “ella ya sabía”, y con un abrazo y sin regaños, le mostró su sentir y preocupación.

A pesar de tal gesto de amor, Pedro siguió creciendo con dolor, pues “deseaba ser un muerto, deseaba no estar”, por estar enojado con la vida.

Era tan grande la hostilidad, la ausencia de su familia cercana (huérfano de padre y madre), que a su corta edad no entendía por qué no podía vivir como sus compañeros de la escuela, en alegría y amor. Y su situación empeoró, tras haber sido víctima de abuso sexual de una persona “que se preocupaba por ellos”.

Con enojo y frustración, el niño se convirtió en adulto. Y a sus 25 años, cambió el alcohol por la cocaína, pero fue el cristal quien se adueñó de su vida. Creer que a los 35 años podría estar muerto, era un alivio para su alma. Menos pensar en ser emprendedor o tener un negocio. Ni con el nacimiento de su primer hijo encontró una motivación para seguir viviendo. Vivía en “piloto automático”, pues era consciente que su hijo lo necesitaba, pero no por anhelo a vivir, ya que se le complicaba creer que existía una posibilidad de tener una vida distinta.

Con un pasado oscuro, el cristal se apoderó de la vida de Pedro, pues con esta sustancia empezó a vivir una ilusión totalmente diferente a su realidad. Pero si ya vivía un infierno, esta droga sólo lo ayudó a cavar más profundo, al grado que transformó su persona y se convirtió en un ser muy violento quien terminó destruyendo el hogar donde pasó su infancia, según confesó Antonia Uriarte, su hermana, con voz entrecortada y lágrimas en el rostro.

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Es probable que destruyera su casa por ser el lugar en donde comenzó su pena. Pero sin un hogar, Pedro terminó durmiendo en las calles, por las escaleras, en una funeraria y hasta en una “cueva”.

Esa cueva la construyó uno de sus compañeros de calle, y consistió en un hoyo tapado con tablas donde podían pasar la noche. “Estoy en una p*nche cueva”, fue la frase que ayudó a Pedro para despertar, pues aquellas personas que pasan tanto tiempo en la adicción, no se dan cuenta del paso de los años. “No lo sentimos, pero en lo absoluto”.

“A veces creemos que la adicción es igual al consumo, pero no. La adicción, para un ser humano, puede empezar desde el momento en que tuvimos una experiencia que nos marcó y esa experiencia nos desconectó. La adicción es la incapacidad de comunicarnos en la vida”, confesó Pedro Uriarte.

Pero 13 años después, Pedro volvió a la casa donde vio fallecer a su madre, pero regresó como un hombre reformado. Ahora con dos hijos, piensa distinto y recuerda su pasado sólo para ver cómo su vida ha cambiado gracias a su esfuerzo y a la oportunidad que tiene de vivir.

Con 44 años, Pedro rompió el cristal que marcó su vida, para nunca volver a pegarlo. Le ha tomado tiempo desaprender a vivir y borrar su amargura. Su vida ya era un infierno, pero el cristal lo llevó a la ruindad humana. Sólo se puede renacer lejos de las drogas.

*Una producción de Malala Academia IAP.

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