La mujer que lloraba en un Ferrari
Se llamaba María de los Ángeles Félix, era mexicana y también lo más parecido a lo que en el cine clásico se consideró una diosa: bella, fría, morena, elegante, altiva, dura, cruel, sarcástica.
Escrito por: Arturo Pérez-Reverte | Patente de Corso
Hace un par de meses, cuando escribí un artículo sobre mujeres malas y chicas duras en películas de toda la vida, omití un nombre: María Félix. Y lo hice deliberadamente, porque le reservaba un artículo aparte. Algunos jóvenes lectores y otros menos jóvenes, poco familiarizados con la historia del cine, se preguntarán quién fue esa señora –como decía Quevedo, el tiempo todo lo masca–. Así que hoy me propongo contárselo a ustedes, empezando con una de aquellas formidables frases suyas que tanto contribuyeron a forjar la leyenda: A un hombre hay que llorarlo tres días. Al cuarto, te pones tacones y un vestido nuevo.
Se llamaba María de los Ángeles Félix, era mexicana y también lo más parecido a lo que en el cine clásico se consideró una diosa: bella, fría, morena, elegante, altiva, dura, cruel, sarcástica. La mujer que dijo Soy más cabrona que bonita o No te sientas mal si alguien te rechaza; la gente rechaza lo caro cuando no puede pagarlo, supo construirse desde la nada y crear un fascinante personaje público, un mito hecho a medias entre su verdadera personalidad y las que interpretaba en la pantalla. No basta con ser bonita, hay que saberlo ser, sostuvo siempre. Tuvo muchos hombres, muchos amores, mucho cine, mucha vida, y murió a los 88 años siendo un monumento a sí misma. La pintaron Diego Rivera, Orozco, Leonora Carrington, Remedios Varo y Antoine Tzapoff. La dirigieron el Indio Fernández y Luis Buñuel. La amaron los hombres con más talento y con más dinero del mundo. Nunca quiso trabajar en Hollywood; dijo no a papeles que interpretarían luego Jennifer Jones y Ava Gardner, y proclamó, orgullosa como solía: Me quieren dar papeles de india, y a mí no me da la gana. Los papeles de india los hago en mi país y los de reina en el extranjero.
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Si quieren ustedes descubrirla o enamorarse de ella hasta las cachas, basta con ver una de sus películas, Enamorada, en la que tiene de coprotagonista al enorme Pedro Arméndariz, su pareja ideal en el cine. Pero ésa es sólo una de las cuarenta y siete que rodó, y muchas fueron verdaderamente buenas. Todo cinéfilo como Dios manda asentirá sin dudarlo ante El peñón de las ánimas, Doña Bárbara –de ahí retuvo para siempre su apelativo La Doña–, La mujer sin alma, Río Escondido, Maclovia –donde logró algo casi imposible en ella, parecer humilde–, La cucaracha, Los ambiciosos, Doña Diabla, La mujer de todos y tantas otras. De sus películas y entrevistas de prensa proceden las famosas frases a las que antes aludí, tan vinculadas a ella que es imposible establecer si eran sus personajes los que se encarnaban en María Félix o era ella la que inyectaba su fascinante encarnadura en los personajes: Las flores son un mal negocio, duran un día y hay que agradecerlas toda la vida… Ningún hombre se mata por una mujer, se mata por cobarde… Vale más dar envidia que dar lástima… Y quizá la más cínica entre las suyas: El dinero no da la felicidad, pero siempre es mejor llorar en un Ferrari.
En materia de hombres y dinero sabía muy bien de qué hablaba. Tuvo una vida de lujo y glamour con varios esposos y amantes que incluyeron al torero Luis Miguel Dominguín, Jorge Negrete –el cantante que fue ídolo del cine musical en España y América con famosas películas de rancheros, cantinas y tequila– y Agustín Lara, mi favorito entre sus hombres: el flaco elegante con una cicatriz canalla junto a la boca –una cicatriz que ella confesó la ponía de lo más caliente–; el compositor genial que, antes de que María Félix lo dejara por otro hombre, tuvo tiempo de componer para su amada algunas de sus mejores creaciones: Humo en los ojos, el chotis Madrid, Cuando vuelvas y, sobre todo, esa canción maravillosa que a su destinataria, incluso cuando ya era mayor y entraba en algún local de moda, la orquesta tocaba para saludarla y rendirle homenaje: Acuérdate de Acapulco / de aquella noche / María bonita.
Vean sus películas, si no las conocen. Observen su rostro en Internet. Busquen la película Enamorada, compárenla con Doña Bárbara y hagan una fascinante relectura en clave feminista del cine de la época y los personajes que María Félix protagonizaba. Sigan el rastro de esa actriz singular, hembra prodigiosa y señora de rompe y rasga, y deléitense con sus inolvidables frases míticas: La vida sin ti no vale nada, pero contigo vale menos… No des una segunda oportunidad a quien no aprovechó la primera… Y la que sin duda es mi favorita: Una mujer será tan niña como la consientas, tan señora como la trates, tan inteligente como la desafíes y tan sensual como la provoques.