José Rafael Sánchez Plata: el vendedor de cocadas que mantiene viva la tradición en Altata

Con más de diez años recorriendo el malecón de Altata, José Rafael Sánchez Plata ha convertido la venta de cocadas en una forma de vida y en un legado familiar. En Altata todos lo reconocen y los turistas lo buscan para comprar sus deliciosos dulces típicos.

Por: Jacqueline Sánchez Osuna

En el malecón de Altata, entre el olor a mar y la alegría de los visitantes, una figura conocida recorre los restaurantes y calles con una sonrisa y una charola llena de dulces.

Es José Rafael Sánchez Plata, un hombre que ha hecho del sabor de la cocada y el jamoncillo una tradición que resiste al paso del tiempo.

“Soy nacido aquí en Altata. Mi abuelo, don Poncho Sánchez Gámez, fue uno de los fundadores del puerto. Mi papá, José Sánchez Gámez, también era de aquí. Y yo, José Rafael Sánchez Plata, sigo con el nombre y con la historia”, dice con orgullo para Tus Buenas Noticias. En su voz se nota la herencia de una familia que ha visto crecer a Altata desde sus raíces.

Comerciante de toda la vida

José Rafael Sánchez Plata ha dedicado toda su vida a la venta de distintos productos en Altata. Foto: Lino Ceballos.

Durante años, José Rafael tuvo una carreta donde vendía cocos, piñas, mangos, sandías locas y tostilocos. Era de los comerciantes más alegres del malecón, siempre atendiendo con entusiasmo.

Pero un día, la vida le cambió el rumbo. “Ya no tuve para la carreta, me quedé sin trabajo, sin nada… y dije: ¿qué hago?”, recuerda. La respuesta la encontró en lo que mejor sabe hacer: luchar.

Empezó a preguntar, a experimentar, a aprender a hacer cocadas. “Preguntamos, preguntamos, y ahí entre que se me quemaban o no, fui aprendiendo”, cuenta entre risas.

Así, entre errores y aciertos, logró crear el sabor que hoy lo distingue. Desde hace más de diez años, vende sus dulces por todo Altata, recorriendo los restaurantes y la colonia.

La experiencia le trae satisfacciones

José Rafael realiza las cocadas que aprendió a hacer preguntando y experimentando. Foto: Lino Ceballos.

“Las cocadas a 40, los jamoncillos a 25 y los mazapanes a 20”, dice mientras acomoda su mercancía sobre la mesa de uno de los restaurantes del Muelle 33, con una paciencia que solo da la experiencia.

Cada pieza está hecha con dedicación, con el mismo cariño con que un padre busca el sustento para su familia.

Porque detrás de cada cocada hay una historia de amor y esfuerzo. Su esposa, Virginia del Rosario Avilés Quiróz, le ayudaba en la elaboración, pero ahora la salud no siempre se lo permite.

“Está enferma, pero cuando puede me ayuda, y cuando no, pues no”, comenta con ternura. Juntos llevan 27 años de matrimonio, compartiendo alegrías, desafíos y dulzura.

Un negocio que satisface sus necesidades 

José Rafael Sánchez se siente honrado de vender cocadas y sacar adelante a su familia. Foto: Lino Ceballos.

Tienen dos hijos. Uno de ellos, de 21 años, estudia en Navolato. “Va a entrar a la universidad, quiere ser licenciado en administración”, dice con orgullo. “Y con la venta de cocadas, pues ahí le ayudamos para la escuela. Él también trabaja”.

José Rafael habla con una mezcla de sencillez y sabiduría, la que solo tiene quien ha aprendido a salir adelante con lo que tiene a mano. Su puesto ambulante no solo ofrece dulces: ofrece un pedazo de historia, de esfuerzo y de identidad altateña.

Porque más allá del negocio, vende algo más que dulces: vende recuerdos.

Y aunque su historia empezó por necesidad, hoy se ha convertido en un ejemplo de perseverancia y orgullo local.

Y así, bajo el sol de Altata, con sus cocadas en mano y el corazón lleno de gratitud, José Rafael Sánchez Plata sigue endulzando la vida de quienes lo rodean, porque el verdadero éxito está en nunca dejar de intentarlo.