Pablo “EL Carnalito” Salas, 92 años de amor y trabajo en Urías

La historia de un hombre que nunca ha dejado de dar, en su familia y su comunidad

Por: Eunice Arredondo

Pablo Salas Pérez nació en 1933 en El Platanar de los Ontiveros, en el municipio de Concordia, Sinaloa, pero desde pequeño llegó a Mazatlán.

Quedó huérfano de padre a los meses de nacido y de madre al poco tiempo, por lo que su hermano Santos, mayor que él algunos años, se hizo cargo de cuidarlo. La abuela materna los crio a ambos.

Rossy Salas, una de sus nueve hijos, relata para Tus Buenas Noticias, que su papá y su tío tuvieron que trabajar haciendo mandados para vivir, cortaban leña, llevaban a las tiendas el nixtamal para las tortillas y así ganaban el dinero para apenas comer.

“Dice que él se creció con tortillas con sal y café negro, sin azúcar, era para lo que les alcanzaba él y a mi tío”, dice Rossy conmovida.

La primera vez que probó algo dulce para Pablo fue algo especial, una señora le completó el pago de un mandado con un pedazo de piloncillo y aunque él no lo quería porque necesitaba el dinero tuvo que aceptarlo como pago, cuando sintió el dulce en la boca fue como una caricia, cuenta su hija.

“Hasta la fecha yo le compro unas bolsitas que venden de piloncillo rayado y él cada que siente el sabor del piloncillo en sus labios dice que le trae muchos recuerdos”, señala.

El camino del trabajo: de la fundidora a los mariscos

Aunque su infancia fue dura, Pablo creció como un niño feliz e inquieto, su primer trabajo formal fue vendiendo paletas y luego a los 11 años entró a trabajar en una fundidora en Mazatlán, ahí trabajó hasta sus 17 años, comenta Eulogio, otro de sus hijos.

“Empezó como peón y hasta el último agarró una maquinita, era chofer de la máquina para acarrear material, así separaban el cobre, oro y la plata, él tenía una maquinita que acoplaba todo, pues ahí tuvo una vida muy chambeadora mi papá, muy productiva”, asegura orgulloso.

Muy joven Pablo conoció a Agustina Peña, con quien se casó, tuvieron nueve hijos y se asentaron en Urías, cuando la colonia tenía pocos habitantes.

“Mi mamá se casó muy joven, mi papá fue su primer novio, su primer amor, su primera experiencia y pues fueron los tiempos duros porque mi mamá tuvo a mi primer hermano como a los 14 años”, narra Rossy.

El mayor de sus hijos, Refugio “Cuquito” como lo llaman en la familia con cariño recuerda a su papá siempre trabajando y él acompañándolo desde muy pequeño, cuando empezó a vender mariscos, primero en Villa Unión y después en Mazatlán.

“Desde chamaquito yo anduve con él trabajando en una carretita de mano que traía y ahí abajo me traía él, imagínate en una cajita así abajo, arriba traía dos tambitos con el agua, las patitas de mula, ostiones y callos de ancha y nos íbamos a pie hasta allá enfrente del Seguro Social nuevo, ahí enfrente ahí había un campo de béisbol y yo estaba muy chiquito”, explica.

Refugio recuerda que el trayecto era largo y su papá llevaba la carreta empujando con él acostado en la parte baja, cruzaban una parte del Estero de Urías para llegar a casa y aunque era cansado Pablo siempre lo hizo con gusto y con amor.

Al tiempo Pablo, a quien todos en Urías y sus alrededores conocen como “El Carnalito”, empezó a ofrecer sus mariscos en los bailes que se hacían en la explanada de Urías, donde conoció a mucha gente y se hizo de buenos clientes.

“Mucha gente venía de fuera a entregar mercancías y llegaban conmigo, me decían: estos mariscos sí son mariscos”, dice Don Pablo, quien a sus 92 años tiene recuerdos vívidos de su trabajo.

Luego se estableció en un local en la calle Tráfico #22 de Urías donde trabajó hasta hace unos años, negocio que le ayudó a sacar a adelante todas las necesidades de su familia. Actualmente Eulogio, su hijo, ocupa el local en el que vende tortas por las noches.

Sabiduría y valores: el legado de un padre

Sus hijos admiran a Pablo Salas y lo describen como un hombre muy trabajador, ingenioso, bromista e hiperactivo, incluso hoy se desespera por no tener la actividad a la que estaba acostumbrado.

“Él nos demostró que se pueden hacer las cosas, todos podemos hacer muchas cosas, todos mis hermanos son muy ingeniosos, como mi papá”, asegura Cuquito.

Rossy cuenta que cuando “El Carnalito” dejó de trabajar en su negocio de mariscos buscó otras alternativas para seguir generando ingresos, pues sus ganas de aportar nunca se terminan.

“Un amigo llevó a mi papá a pasear a la Isla de la Piedra y allá les regalaron una arpilla de camotes, pues mi papá llegando a la casa los coció y los hizo enmielados, y se puso a vender camotes afuera de la tortillería”, dice Rossy emocionada.

Hoy Don Pablo Salas está en su casa y es atendido y cuidado por todos sus hijos, quienes se turnan para acompañarlo desde que su esposa, Doña Agustina falleció.

Pablo es una fuente de inspiración para la familia, pues todos recuerdan anécdotas que a lo largo de sus vidas los han llevado a ser fuertes, resilientes, trabajadores y muy unidos como familia a pesar de las adversidades.

“Un amigo llevó a mi papá a pasear a la Isla de la Piedra y allá les regalaron una arpilla de camotes, pues mi papá llegando a la casa los coció y los hizo enmielados, y se puso a vender camotes afuera de la tortillería”, dice Rossy emocionada.

Rossy, por su parte, agradece la educación que les dio su padre, pues aunque no tuvo la oportunidad de estudiar ha sido muy sabio para encauzar a sus hijos y llevar las riendas de una gran familia.

“Mi papá es analfabeta pero dentro de su ignorancia es un hombre muy sabio, porque nos supo educar a todos y siempre nos educó para la familia, para vivir para los hijos. Mi papá tiene un dicho que siempre nos dice: pobre y feo, mínimo limpio y acomedido. Mi papá es una persona muy servicial y siempre muy limpio, muy pulcro”, platica con admiración.

La familia como motor de vida

A lo largo de sus 92 años, Pablo "El Carnalito" Salas ha tejido una historia de amor, trabajo y resiliencia que trasciende generaciones. Su vida, marcada por la adversidad desde la infancia, es un testimonio de cómo el esfuerzo y la dedicación pueden forjar un legado familiar sólido y unido.

Hoy, rodeado del cariño de sus hijos, Pablo no solo es un símbolo de trabajo incansable, sino un ejemplo de los valores que han guiado a su familia en tiempos difíciles.

Su capacidad para reinventarse y adaptarse a nuevas circunstancias, refleja una mentalidad emprendedora que inspira a todos a su alrededor.

La historia de "El Carnalito" es un recordatorio de que, a pesar de las dificultades, el amor y el trabajo en equipo son las bases para construir un futuro prometedor.

En Urías, su legado perdura no solo en los recuerdos de quienes lo conocen, sino también en la fortaleza de una familia que sigue adelante, guiada por los principios que él les inculcó.

Así, Pablo Salas Pérez no solo ha sido un hombre de mariscos, sino un verdadero maestro de vida, cuyo impacto se siente en cada rincón de su comunidad.